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Richie bebe un poco de cerveza y hace un gesto de negación.
                   --Recuerdo que nos contaste lo del pájaro... y lo de la chimenea. -Una sonrisa
                arruga su cara-. Me acordé de eso mientras caminaba hacia aquí, con Bevvie y
                Ben. Qué condenada película de horror fue aquello.
                   --Bip-bip, Richie -dice Beverly, sonriendo.
                   --Bueno, tú lo sabes -dice él, ajustándose las gafas en la nariz con un gesto
                fantasmagóricamente parecido al de los viejos tiempos. Mira a Mike y le guiña un
                ojo-. Tú y yo lo sabemos, ¿no, Mikey?
                   El bibliotecario deja escapar un resoplido de risa y asiente.
                   --¡Miss Sca.lett! ¡Miss Sca.lett! -chilla Richie, con su voz de negrito esclavo-. ¡En
                la chimenea hase mucho caló, Miss Sca.lett!
                   Bill dice. riendo:
                   --Otro triunfo de ingeniería y arquitectura, logrado por Ben Hanscom.
                   Beverly asiente.
                   --Cuando trajiste el álbum de tu padre a Los Barrens, Mike, estábamos
                excavando nuestra casita.
                   --¡Oh, cielos! -dice Bill, incorporándose súbitamente-. Y las fotos...
                   Richie asiente, ceñudo.
                   --Lo mismo que en el cuarto de Georgie. Sólo que esa vez las vimos todos.
                   Ben agrega:
                   --Yo me acordé de lo que hicimos con la moneda de plata de veinticinco
                centavos.
                   Todos lo miran.
                   --Di las otras tres a un amigo mío, antes de venir aquí -explica Ben, en voz baja-.
                Se las di para sus chicos. Recordaba que antes eran cuatro, pero no sabía qué
                había hecho con la otra. Ahora ya lo sé. -Mira a Bill-. Hicimos un balín con él,
                ¿verdad? Tú, yo y Richie. Al principio pensamos hacer una bala de plata...
                   --Tú estabas muy seguro de poder hacerla -afirma Richie-, pero al final...
                   --Nos a-acobardamos -concluye Bill.
                   El recuerdo ha caído naturalmente en su lugar y él oye ese "click" suave, pero
                distinguible. "Nos estamos aproximando", piensa.
                   --Volvimos a Neibolt Street -dice Richie-. Todos.
                   --Me salvaste la vida, Gran Bill -recuerda Ben, súbitamente. Bill sacude la
                cabeza-. Sí que lo hiciste.
                   Y en esa oportunidad Bill no niega. Sospecha que tal vez lo hizo, aunque no
                recuerda cómo. ¿Sería él? Tal vez Beverly... pero eso no está allí. Todavía no, al
                menos.
                   --Disculpadme un segundo -dice Mike-. Tengo cerveza en la nevera.
                   --Toma de la mía -invita Richie.
                   --Hanlon no beber cerveza de blanco -replica Mike-. Y menos de la tuya,
                Bocazas.
                   --Bip-bip, Mikey -se burla Richie.
                   Y Mike va por su cerveza en una cálida oleada de risa general.
                   Enciende la luz de la salita de bibliotecarios, una habitación triste, con sillas
                raídas, una mesa de formica muy necesitada de limpieza y un tablón de anuncios
                cubierto de notas viejas, informaciones sobre sueldos y horarios y algunas
                caricaturas del "New Yorker", ya amarillas y enroscadas en los bordes. Al abrir la
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