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pequeña nevera, siente que el impacto se hunde en él hasta los huesos, blanco
                como el hielo, tal como el frío del invierno se hunde en uno hasta hacer dudar de
                que pueda volver la primavera. Los globos, azules y naranja, salen en tropel, por
                docenas, como un ramillete para fiestas. Mike piensa, en medio de su espanto:
                "Sólo falta el coro infantil cantando Feliz cumpleaños.. Pasan rozando su cara y se
                elevan hacia el techo. De pronto ve lo que hay detrás de los globos, lo que "Eso"
                ha puesto en la nevera, junto a su cerveza, como para una merienda de
                medianoche, una vez sus indignos amigos hayan contado sus indignas anécdotas
                y vuelto a sus alojamientos, en esa ciudad que ya no es la de ellos.
                   Mike da un paso atrás llevándose las manos a la cara para cubrirse los ojos.
                Tropieza con una silla y, a punto de caer, aparta las manos. Aún está allí.. la
                cabeza degollada de Stan Uris, junto a las seis latas de cerveza; no una cabeza
                de hombre, sino la de un niño de once años. Tiene la boca abierta en un alarido
                mudo, pero Mike no le ve los dientes, ni la lengua porque la boca está llena de
                plumas. Son plumas de color pardo, increíblemente grandes. Y él sabe muy bien
                de qué ave provienen. Había visto al pájaro en mayo de 1958 y todos lo vieron a
                principios de agosto, ese mismo año. Años después, hablando con su padre
                moribundo, descubrió que Will Hanlon también lo había visto una vez, al escapar
                del incendio del Black Spot. La sangre del cuello desgarrado, al gotear, ha
                formado un charco espeso en el fondo de la nevera. Brilla como un rubí rojo
                oscuro bajo el implacable resplandor de la bombilla.
                   --Eh... eh... eh...
                   Pero Mike no puede emitir otro sonido que ése. Entonces la cabeza abre los
                ojos. Y son los ojos plateados y brillantes del payaso Pennywise. Los ojos giran en
                dirección a él; los labios empiezan a retorcerse alrededor de las plumas. Está
                tratando de hablar. Tal vez intenta pronunciar una profecía, como el oráculo del
                teatro griego.
                   --Me pareció mejor reunirme con vosotros, Mike, porque no podéis ganar sin mí.
                No podéis ganar sin mí y lo sabéis, ¿verdad? Podríais haber tenido alguna
                oportunidad si yo hubiese aparecido entero, pero mi cerebro tan norteamericano,
                no soportó la tensión. Vosotros seis, sin mí no haréis más que soñar con los viejos
                tiempos y haceros matar. Por eso me pareció mejor asomar la cabeza para
                avisaros. Asomar la cabeza, ¿entiendes, Mikey? ¿Entiendes, viejo amigo?
                ¿Entiendes, negro cabrón?
                   "¡No eres real!", grita Mike. Pero no emite ningún sonido. Parece un televisor sin
                volumen.
                   Grotescamente, la cabeza le guiña un ojo.
                   --Soy real, muy real. Real como las gotas de lluvia. Y tú sabes de qué estoy
                hablando, Mikey. Lo que vosotros seis estáis planeando es como despegar en un
                avión sin tren de aterrizaje. No tiene sentido subir si no se puede bajar, ¿verdad?
                Tampoco tiene sentido bajar si no se puede volver a subir. Nunca se te ocurrirán
                los chistes y los acertijos que hacen falta. Nunca me harás reír, Mikey. Todos
                vosotros habéis olvidado lo que hay que hacer para convertir el alarido de terror en
                lo inverso. Bip-bip, Mikey. ¿Qué me dices? ¿Te acuerdas del pájaro? Nada más
                que un gorrión, pero ¡qué terrible! ¿No? Grande como un edificio, grande como
                esos monstruos de las películas japonesas que te asustaban cuando eras
                pequeño. Ya han pasado definitivamente los tiempos en que sabías cómo alejar
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