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Se oyó un jadeo sibilante y súbito. Mike dio un respingo. Era sólo Eddie, que
acababa de aplicarse su inhalador. Miró a Mike como, pidiendo disculpas, se
encogió de hombros e hizo un gesto afirmativo.
--Bueno -dijo Mike, por fin-, no me tengáis en suspenso. Contadme.
Bill miraba a los otros.
--¿Hay a-a-alguien que no l-l-lo qui-quiera en el c-c-club?
Nadie respondió. Nadie levantó la mano.
--¿Q-q-quién se lo d-d-dice?
Otra larga pausa. Esa vez Bill no la interrumpió. Por fin, Beverly miró a Mike con
un suspiro.
--Los chicos asesinados -dijo-. Sabemos quién los mató.
3.
Se lo contaron todo. Lo del payaso en el hielo, lo del leproso bajo el porche, lo
de la sangre y las voces que surgían del sumidero, lo de los niños muertos de la
torre-depósito. Richie le contó lo que había ocurrido cuando él y Bill habían vuelto
a Neibolt Street. Bill fue el último en hablar, revelando lo de la foto que se había
movido y la otra, aquella en la que él había metido la mano. Terminó explicando
que "Eso" había matado a su hermano Georgie y que el Club de los Perdedores
estaba decidido a acabar con el monstruo... fuera lo que fuese.
Mientras volvía a su casa, más tarde, Mike pensó que habría debido escuchar
con incredulidad, transformada en horror, y acabar por huir, sin mirar atrás,
convencido de que estaba siendo objeto de una broma a manos de chicos blancos
a quienes no les gustaban los negros o de que estaba en presencia de seis
auténticos lunáticos a quienes la demencia se les había contagiado, así como todo
un curso podía pescar una gripe virulenta.
Pero no huyo, porque a pesar del horror, sentía un extraño consuelo. Consuelo y
algo más, algo más elemental: la sensación de haber echado raíces. "Somos
siete", volvió a pensar, cuando Bill terminó de hablar.
Abrió la boca, sin saber qué iba a decir.
--He visto el payaso -fue lo que dijo.
--¿Qué? -preguntaron Richie y Stan, al unísono. Beverly giró la cabeza tan
deprisa que su coleta pasó del hombro izquierdo al derecho.
--Lo vi el día de la Independencia -agregó Mike, lentamente. Los ojos de Bill,
agudos y concentrados, permanecían clavados en los suyos, exigiéndole que
continuara-. Sí, el 4 de julio...
Se interrumpió, pensando: "Pero yo lo conocía. Lo conocía, porque no fue esa la
primera vez que lo vi. Y no fue tampoco la primera vez que vi algo.. algo extraño."
Pensó entonces en el pájaro. Era la primera vez que se permitía pensar en él
(como no fuera en sus pesadillas) desde mayo. Había creído que estaba
enloqueciendo. Era un alivio descubrir que no era así... pero ese alivio daba
miedo. Se humedeció los labios.
--Sigue -dijo Bey, impaciente-. Date prisa.
--Bueno, yo estaba en el desfile. Yo...