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Mike asintió.
--Veré si me equivoco. En todo caso, puedo traer las fotos.
--¿F-f-fotos viejas?
--Sí.
--¿Y q-q-qué más?
Mike Hanlon abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Miró a los otros, inseguro.
--Vais a decir que estoy loco. O que miento.
--¿T-t-te pa-parece que n-n-nosotros est-estamos locos?
Mike sacudió la cabeza.
--Puedes estar seguro -dijo Eddie-. Yo tengo un montón de cosas que me andan
mal, pero no estoy chiflado... creo.
--No -aseguró Mike-. No creo que estéis chiflados.
--B-b-bueno, no-nosotros t-t-tampoco creemos que e-e-estés ch-ch-ch... loco -
dijo Bill.
Mike los miró a todos, carraspeó y dijo:
--Vi un pájaro. Hace dos o tres meses. Un pájaro. Stan Uris preguntó:
--¿Qué clase de pájaro?
Mike lo describió:
--Se parecía a un gorrión, más o menos, pero también a un petirrojo. Tenía el
pecho naranja.
--Bueno, ¿y qué tiene de raro un pájaro? -preguntó Ben-. En Derry hay muchos
pájaros.
Pero se sentía intranquilo; le bastó con mirar a Stan para saber que el chico
estaba recordando lo que había ocurrido en la torre-depósito y cómo él había
impedido que acabase de ocurrir, fuera lo que fuese,. gritando nombres de
pájaros. Pero se olvidó de todo cuando Mike volvió a hablar.
--Ese pájaro era más grande que una furgoneta -dijo.
Contempló sus caras espantadas, sorprendidas, esperando que rieran, pero no
fue así. Stan parecía impactado. Se había puesto tan pálido que su piel tenía el
color de la opaca luz de invierno.
--Es verdad, lo juro -dijo Mike-. Era un pájaro gigantesco, como esos
prehistóricos que aparecen en las películas.
--Sí, como en "La garra gigante" -dijo Richie.
--Pero no parecía prehistórico -dijo Mike-. Tampoco era como los de las
leyendas griegas y romanas.
--¡Los roc-roc-rocs! -sugirió Bill.
--Eso. Tampoco era como ésos. Era sólo una combinación de petirrojo y gorrión,
los dos pájaros más comunes del mundo. -Mike rió, algo desesperadamente.
--¿D-d-dónde ...? -comenzó Bill.
--Cuéntanos -intervino Beverly.
Después de tomarse un momento para ordenar sus ideas, Mike lo hizo. Y al
contarlo, mientras veía aquellas caras que se iban tornando preocupadas,
temerosas, pero no incrédulas ni despectivas, sintió que un peso increíble le
liberaba el pecho. Como le había ocurrido a Ben con su momia o a Eddie con su
leproso y a Stan con los chicos ahogados, había visto algo que habría vuelto loco
a un adulto, por la fuerza colosal de una irrealidad demasiado grande como para
descartarla con una explicación o, a falta de explicación racional, dejarla a un lado.