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La luz del amor divino había quemado la cara de Elías, según Mike había leído;
                pero al ocurrir eso, Elías era anciano y tal vez eso cambiaba las cosas. ¿Acaso no
                había en la Biblia otro fulano, apenas mas que un chico, que había detenido a un
                ángel?
                   Después de presenciar aquello, Mike había seguido adelante con su vida,
                integrando el recuerdo a su visión del mundo. Como aún era bastante niño, su
                punto de vista era bastante amplio. De cualquier modo, lo ocurrido aquel día era
                como un fantasma en los rincones más oscuros de su mente. A veces, en sus
                sueños, huía de ese pájaro grotesco que imprimía su sombra sobre él, desde lo
                alto. De esos sueños recordaba algunos; otros, no, pero allí estaban, sombras con
                movimiento propio.
                   Y lo poco que había olvidado, lo mucho que eso lo afligía, era visible, sólo de
                una manera: en el alivio que experimentaba al compartirlo con los otros. En ese
                momento comprendió que, por primera vez, se permitía pensar plenamente en eso
                desde aquel amanecer junto al canal, la mañana en que vio aquellos extraños
                surcos... y la sangre.



                   4.

                   Mike contó la historia del pájaro de la fundición y de cómo había corrido al
                interior de la chimenea para escapar de él. Más tarde, tres de los Perdedores
                (Ben, Richie y Bill) fueron a la biblioteca pública. Ben y Richie vigilaban por si
                aparecían Bowers y compañía, pero Bill sólo miraba la acera con ceño, perdido en
                sus pensamientos. Una hora después de su relato, Mike se había separado de
                ellos diciendo que su padre le necesitaba en casa a las cuatro para cosechar
                guisantes. Beverly tenía que hacer algunos recados y preparar la cena para su
                padre. Tanto Eddie como Stan tenían sus propias obligaciones. Pero antes de
                separarse hasta el día siguiente empezaron a excavar lo que sería (si Ben no se
                equivocaba) la casita subterránea. Para Bill (y para todos, según sospechaba), la
                primera palada de tierra había sido casi un acto simbólico. Estaban en marcha.
                Fuera lo que fuese aquello que se esperaba de ellos como grupo, como "unidad",
                estaban en marcha.
                   Ben preguntó a Bill si daba crédito a la historia de Mike Hanlon. En ese momento
                pasaban junto al centro cívico y vieron la biblioteca: un cuerpo de piedra,
                cómodamente sombreado por olmos centenarios, libres de la plaga que, más
                adelante, los haría ralear.
                   --Sí -dijo Bill-. C-c-creo que e-es verdad. Co-cosa de l-l-locos, pero v-v-verdad.
                ¿Y tú, Ri-Ri-Richie?
                   Richie asintió.
                   --Sí. Preferiría pensar que es mentira, pero, lo creo. ¿Recuerdan lo que dijo
                sobre la lengua del pájaro?
                   Bill y Ben asintieron. Pompones naranja en la lengua.
                   --Ésa es la cuestión -apuntó Richie-. Es como los villanos de las historietas,
                como Luthor, el Acertijo o ésos. Siempre deja una señal característica.
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