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--Te vi -interrumpió Eddie, Tocabas el saxofón.
                   --En realidad, es un trombón -dijo Mike-. Toco en la banda de la escuela de
                Neibolt. Como os decía, vi al payaso. Estaba repartiendo globos entre los chicos,
                en la triple esquina del centro. Era tal como dicen Ben y Bill: traje plateado,
                botones naranja, maquillaje blanco en la cara, gran sonrisa roja. No sé si era lápiz
                de labios o maquillaje, pero parecía sangre.
                   Los otros, ya entusiasmados, hacían gestos de asentimiento, pero sólo Bill lo
                miraba con extrema atención.
                   --¿M-Mechones de pelo n-n-naranja? -preguntó, representándolos en su propia
                cabeza con los dedos, sin darse cuenta.
                   Mike asintió.
                   --Al verlo... me asusté. Y mientras yo lo miraba, se volvió y me saludó con la
                mano, como si me leyera la mente o los sentimientos. Y eso... bueno, me asustó
                aún más. En ese momento no sabía por qué, pero me asusté tanto que, por unos
                segundos, no pude seguir tocando el trombón. Se me secó la boca y sentí...
                   Echó un vistazo a Beverly. Ahora lo recordaba todo con claridad: el sol, que de
                pronto le había parecido intolerable, deslumbrante sobre el bronce del instrumento
                y el cromo de los automóviles; la música, demasiado alta; el cielo, demasiado azul.
                El payaso había levantado una mano enguantada en blanco (la otra estaba llena
                de cordeles de globos) agitándola lentamente, demasiado roja y ancha su sonrisa
                sangrienta, como un grito invertido. Recordó que le había ardido la piel de los
                testículos, que de pronto había sentido los intestinos flojos y calientes, como si
                pudiera cagarse en cualquier momento. Pero no podía decir esas cosas delante
                de Beverly. Esas cosas no se decían delante de las chicas, aunque fueran el tipo
                de chicas que podían oír cosas como "puta" o "joder".
                   --Tuve miedo -concluyó, sintiendo que eso era demasiado flojo, pero sin saber
                cómo expresar el resto.
                   Pero todos asentían, cómo si comprendieran, y él experimentó un alivio
                indescriptible. De algún modo, ese payaso que lo miraba, esbozando su sonrisa
                roja, moviendo la mano enguantada... eso había sido peor que la persecución de
                Henry Bowers y sus compinches. Muchísimo peor.
                   --Luego quedó atrás -prosiguió Mike-. Marchamos por la cuesta de Main. Y "volví
                a verlo", entregando globos a los chicos. Sólo que muchos no querían aceptarlos.
                Los niños pequeños lloraban. No pude explicarme cómo había podido llegar allí
                tan rápido. Para mis adentros pensó que había dos, ¿entendéis? Dos, vestidos del
                mismo modo. Un equipo. Pero entonces se volvió y me saludó otra vez. Y me di
                cuenta de que era el mismo. El mismo hombre.
                   --No es un hombre -dijo Richie.
                   Beverly se estremeció. Bill la rodeó con un brazo por un instante y ella lo miró
                con gratitud.
                   --Me saludó con la mano... y me guiñó el ojo. Como si tuviésemos un secreto
                entre los dos. O como... A lo mejor sabía que yo lo había reconocido.
                   Bill dejó caer el brazo que rodeaba los hombros de Beverly.
                   --¿Q-q-que lo rec-reconociste?
                   --Creo que sí -dijo Mike-. Tengo que comprobar algo antes de asegurarlo. Mi
                padre tiene algunas fotos. Las colecciona. Vosotros jugáis mucho aquí, ¿no?
                   --Claro -dijo Ben-. Por eso estamos haciendo una casita.
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