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Echaron a andar con la cabeza gacha, sin mirar atrás.
                   Los siete chicos permanecieron en un semicírculo, sangrando todos por alguna
                herida. La apocalíptica batalla a pedradas había durado menos de cuatro minutos,
                pero Bill tenía la sensación de haber combatido a lo largo de toda la Segunda
                Guerra Mundial, en ambos frentes.
                   Los silbidos de Eddie, que forcejeaba por respirar, rompieron el silencio. Ben se
                acercó a él, pero los turrones y las galletas de chocolate que había comido camino
                de Los Barrens empezaron a revolvérsele en el estómago. Siguió de largo y corrió
                hacia los matorrales, donde vomitó tan silenciosamente como le fue posible.
                   Fueron Richie y Bev quienes auxiliaron a Eddie. Beverly le rodeó la cintura con
                un brazo, mientras Richie le sacaba el inhalador del bolsillo y decía:
                   --Muerde esto, Eddie.
                   Y Eddie aspiró con esfuerzo, entrecortadamente, mientras Richie accionaba el
                gatillo.
                   --Gracias -logró decir, al fin.
                   Ben salió de entre los matorrales, ruborizado, limpiándose la boca con una
                mano. Beverly se acercó y le cogió ambas manos.
                   --Gracias por defenderme -dijo.
                   El chico, asintió, sin apartar la vista de sus zapatillas sucias.
                   --Lo mereces -dijo.
                   Uno a uno, todos se volvieron para observar a Mike, el de la piel oscura. Lo
                miraban con cautela y curiosidad. Mike conocía esa curiosidad (no recordaba un
                instante en su vida en que no la hubiera despertado) y les devolvió la mirada con
                franqueza.
                   Bill apartó la vista de él para volverse hacia Richie. Richie le sostuvo la mirada.
                Y Bill creyó oír un chasquido: alguna pieza definitiva entraba limpiamente en su
                sitio, dentro de una maquinaria cuya finalidad les era desconocida. Unas astillas
                de hielo le recorrieron la espalda.
                   "Ahora estamos todos reunidos", pensó. Y la idea era tan potente, tan correcta,
                que por un momento creyó haberla expresado en voz alta. Pero no había
                necesidad de tanto, por supuesto; la veía presente en los ojos de Richie, en los de
                Ben, en los de Eddie, en los de Beverly, en los de Stan.
                   "Ahora estamos todos reunidos -volvió a pensar-. Que Dios nos ayude. Ahora es
                cuando empezamos de verdad. Por favor, Dios mío, ayúdanos."
                   --¿Cómo te llamas? -preguntó Beverly.
                   --Mike Hanlon.
                   --¿Quieres hacer estallar unos petardos? -preguntó Stan.
                   La sonrisa de Mike fue respuesta suficiente.



                   XIV. El álbum.

                   1.


                   Al final resulta que Bill no es el único, todos los demás han traído alcohol.
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