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chillidos. Entonces todos saltaron. Stan dejó caer los petardos y tuvo que
                levantarlos.
                   --¿Qué fue eso?. ¿Dinamita? -preguntó Beverly.
                   Miraba a Bill que tenía la cabeza erguida y los ojos alerta. Nunca lo había visto
                tan hermoso... pero había algo demasiado tenso en la actitud de la cabeza. Era
                como el venado que olfatea un incendio.
                   --Creo que ha sido un M-80 -dijo Ben-. El año pasado, el 4 de julio, había en el
                parque unos chicos de la secundaria que tenían dos. Los pusieron en un cubo de
                la basura. Hicieron un ruido así.
                   --¿Y agujerearon el cubo? -preguntó Richie. como si dentro hubiera un enano
                que le hubiera dado un buena patada.
                   --La explosión sonó cerca -comentó Eddie, mirando a Bill.
                   --Bueno, ¿vamos a encender éstos o no? -preguntó Stan. Había destrenzado
                diez o doce, antes de guardar el resto en el papel encerado para usarlos después
                   --Claro -dijo Richie.
                   --Gu-gu-guárdalos.
                   Todos miraron a Bill con aire interrogante, algo asustados, más por su tono
                abrupto que por sus palabras.
                   --Gu-gu-gu-guár-guárdalos -repitió Bill, con la cara contraída por el esfuerzo de
                pronunciar el vocablo-. V-vva a p-p-pasar a-a-algo.
                   Eddie se pasó la lengua por los labios. Richie se ajustó las gafas al puente de la
                nariz sudoroso. Ben se acercó a Beverly sin siquiera pensarlo.
                   Cuando Stan abría la boca para decir algo, se produjo otra explosión, más leve:
                otro petardo.
                   --Pi-piedras -ordenó Bill-. Pipiedras. P-p-pro-proyectiles.
                   Y Bill empezó a llenarse los bolsillos de piedras. Los otros lo miraban
                desconcertados... y entonces Eddie sintió que se le cubría la frente de sudor. De
                pronto comprendió cómo era un ataque de malaria. Había sentido algo parecido el
                día en que él y Bill conocieron a Ben, el día en que Henry Bowers le había hecho
                sangrar la nariz. Pero eso era peor. Tal vez eso anunciaba que Los Barrens se
                iban a convertir, por un rato, en Hiroshima.
                   Ben empezó a recoger piedras. Y luego, Richie le imitó. Las gafas le resbalaron
                y cayeron al suelo, tintineantes. Las plegó con aire distraído y se las guardó dentro
                de la camisa.
                   --¿Por qué has hecho eso, Richie? -preguntó Beverly. Su voz sonaba débil pero
                tensa.
                   --No sé, cariño -dijo él. Y siguió juntando piedras.
                   --Beverly, tal vez sería mejor que... eh... volvieras al vertedero por un rato -dijo
                Ben, con las manos llenas de piedras.
                   --Me cago en tu sugerencia -dijo ella-. Déjame en paz, Ben Hanscom.
                   Y también ella se agachó para juntar proyectiles.
                   Stan los observaba, pensativo; estaban buscando piedras como granjeros
                lunáticos. Por fin empezó a imitarlos con los labios comprimidos en una línea fina y
                mojigata.
                   Eddie experimentó aquella familiar sensación de ahogo. Su garganta se estaba
                reduciendo a un pinchazo de alfiler.
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