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plantas y caldera de petróleo, mientras que "Butch", con su mujer y su hijo, vivían
                en un cobertizo de papel alquitranado, o poco más. Cuando la granja dejó de dar
                dinero suficiente y "Butch" tuvo que ir a trabajar en los bosques por una
                temporada, fue por culpa del negro. Cuando se les secó el pozo, en 1956, fue por
                culpa del negro.
                   Meses después, Henry, que tenía diez años, empezó a alimentar a "Mr. Chips",
                el perro de Mike, con huesos de caldo y bolsas de patatas fritas. Llegó el momento
                en que "Mr. Chips" sacudía la cola y acudía corriendo cuando él lo llamaba.
                Cuando el perro estuvo acostumbrado a Henry y sus bocados, recibió medio de
                carne picada llena de insecticida. Había encontrado el veneno en el cobertizo de
                atrás y con los ahorros y tres semanas compró la carne en la carnicería de
                Costello.
                   "Mr. Chips" comió la mitad de la carne envenenada se detuvo.
                   --Anda, termina con eso, negro piojoso -lo instó- Henry.
                   "Mr. Chips" meneó la cola. Como Henry lo había llamado así desde un principio,
                consideraba que ése era su segundo nombre. Cuando empezaron los dolores,
                Henry sacó un trozo de soga y ató el perro a un haya, para que no pudiera
                regresar a su casa. Luego se sentó en una roca plana, calentada por el sol, con la
                barbilla, apoyada en las manos, para ver agonizar al animal. Tardó mucho en
                morir, pero a Henry le pareció tiempo bien empleado. Al final, "Mr. Chips" tuvo
                convulsiones; por entre los dientes le escurría una espuma verde.
                   --¿Te gusta, negro piojoso? -preguntó Henry. El perro, al oír su voz, levantó sus
                ojos moribundos y trató de menear la cola-. ¿Te ha gustado el almuerzo perro de
                mierda?
                   Una vez el perro estuvo muerto, Henry le quitó la soga y volvió a su casa, a
                contar a su padre lo que había hecho. Por aquel entonces Oscar Bowers estaba
                rematadamente loco; un año después, su esposa lo abandonaría después de
                recibir una paliza de muerte. Henry sentía por su padre el mismo miedo y a veces
                lo odiaba espantosamente, pero también lo amaba. Y esa tarde, después de
                contarle lo que había hecho, sintió que por fin había hallado la clave para lograr el
                afecto de su padre, porque "Butch" le dio en la espalda unas palmadas tan fuertes
                que el chico estuvo a punto de caer, lo llevó a la sala y le sirvió una cerveza. Era la
                primera vez que Henry tomaba cerveza y por el resto de su vida asociaría su
                sabor con emociones positivas: victoria y amor.
                   --Brindemos por un trabajo bien hecho -había dicho el demente padre de Henry.
                   Entrechocaron sus botellas pardas y bebieron su contenido. Hasta donde Henry
                podía asegurarlo, los negros nunca descubrieron quién había matado al perro,
                pero debían tener sus sospechas. Ojalá las tuvieran.
                   Los del Club de Perdedores conocían a Mike de vista; al ser el único niño negro
                de la ciudad, habría sido extraño que no lo conocieran. Pero eso era todo, porque
                Mike no iba a la escuela municipal. Como su madre era bautista devota, lo
                enviaban a la escuela religiosa de Neibolt Street. Entre las lecciones de geografía,
                lectura y aritmética, había lecciones bíblicas y análisis de temas tales como "El
                significado de los diez mandamientos en un mundo sin Dios", y coloquios sobre
                cómo tratar los problemas morales de cada día (si uno veía a un compañero robar
                algo en una tienda, por ejemplo, u oía que un maestro pronunciaba el nombre de
                Dios en vano).
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