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Stan Uris habría dicho que él era el más odiado por Henry a causa de ser judío.
(Estaba en el tercer curso, y Henry, que ya cursaba quinto, le había lavado la cara
con nieve hasta hacérsela sangrar mientras él gritaba, histérico de dolor y miedo.)
Bill Denbrough creía merecer todo el odio de Henry por ser flaco y tartamudo y
por vestir bien. ("¡P-p-pero m-mmiren a ese ma-ma-maldito mama-marica!", había
gritado, Henry, en cierta fiesta escolar, aú verlo aparecer con corbata. Antes de
terminar el día, la corbata había sido arrancada de un tirón y arrojada a un árbol
de Charter Street).
En realidad, odiaba a los cuatro, pero el habitante de Derry que merecía el
primer puesto en la lista de odios de Henry no figuraba en el Club de los
Perdedores, aquel 3 de julio. Era un niño negro llamado Michael Hanlon, quien
vivía a cuatrocientos metros de la granja de Los Bowers.
El padre de Henry, que merecía plenamente su fama de loco, era Oscar "Butch
Bowers. "Butch" Bowers asociaba su declinación financiera, física y mental a la
familia Hanlon en general y al padre de Mike en particular. Will Hanlon, según
decía siempre a sus pocos amigos y a su hijo, lo había hecho encerrar en la cárcel
al morir todos sus pollos.
--Para cobrar el seguro, por supuesto -decía mirando a su público, desafiándolo
a negarlo. Hizo algunos de sus amigos mintieran para apoyarlo" Y por culpa suya
tuve que vender mi Mercury.
--¿Quién lo respadó, papá? -había preguntado Henry, que tenía ocho años,
exaltado ante la injusticia sufrida por su padre. Para sus adentros pensaba que,
cuando fuese mayor, buscaría a esos mentirosos, los llenaría de miel y los
plantaría en hormigueros, como en esas películas del oeste que pasaban en el
Bijou los sábados por la tarde.
Como su hijo era auditorio incansable (aunque, de habérsele preguntado, él
habría respondido que así debía ser), Bowers llenaba sus oídos con una letanía
de odio y mala suerte. Explicaba a su hijo que, aunque todos los negros eran
estúpidos, algunos eran también astutos y que en el fondo, odiaban a los hombres
blancos y que querían "hacérselo a las blancas". Tal vez no había hecho sólo por
el seguro, después de todo, decía "Butch"; tal vez Hanlon había decidido echarle
la culpa de la muerte de esos pollos porque "Butch" era quien tenía el puesto de
venta más próximo a la carretera. De todos modos, lo había hecho, tan seguro
como que la mierda se pega a las mantas. Y después había conseguido que unos
cuantos negrófilos de la ciudad lo respaldaran y amenazaran a "Butch con meterlo
en la cárcel si no le pagaba.
--¿Y por qué no? -preguntaba "Butch" a su silencioso hijo, de ojos redondos y
cuello sucio-. ¿Por qué no? Después de todo, yo sólo peleé por este país contra
los japoneses. Como nosotros había muchos, pero él era el único negro del
condado.
Al asunto de los pollos había seguido un incidente tras otro: a su tractor se le
había roto el eje; se le rompió el arado bueno en el sembrado norte; le salió en el
cuello un grano que se infectó, hubo que abrirlo y, tras una nueva infección,
extirparlo quirúrgicamente; el negro empezó a usar su dinero mal habido para
bajar sus precios haciendo que "Butch" perdiera clientela.
Aquello era una letanía incesante en los oídos de Henry: el negro, el negro, el
negro. Todo era culpa del negro. El negro tenía una bonita casa blanca, con dos