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--No, no hice trampa. -La voz de la chica no era de protesta y enfado, como
                cabía esperar, sino de aturdida sorpresa-. Juro por Dios que no lo hice..
                   Y les mostró la palma. Todos vieron la débil marca de hollín de úa cerilla
                quemada.
                   --¡Te lo juro por mi madre, Bill!
                   El chico, la miró por un momento y acabó por asentir. Por tácito acuerdo, todos
                le entregaron sus cerillas. Eran siete, con las cabezas intactas. Stan y Eddie
                empezaron a gatear por el suelo, pero no encontraron ninguna cerilla quemada.
                   --"No hice nada" -dijo Beverly, sin dirigirse a nadie en especial.
                   --¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Richie.
                   --B-b-bajamos to-todos -dijo Bill-. A-a-así de-debe ser.
                   --¿Y si todos nos desmayamos? -preguntó Eddie.
                   Bill miró otra vez a la chica.
                   --S-s-si Bev di-dice la v-v-verdad y asssí es, no pasará na-na-nada.
                   --¿Cómo lo, sabes? -inquirió Stan.
                   --L-l-lo sé.
                   El pájaro volvió a graznar.



                   4.

                   Ben y Richie bajaron primero para que los otros les entregasen las piedras una a
                una. Richie se las pasaba a Ben, que fue formando un pequeño circulo, de piedras
                en medio del suelo, de tierra.
                   --Bueno -dijo-. Con esto basta.
                   Entonces bajaron los otros, cada uno con un puñado de ramitas verdes. Bill fue
                el último, cerró la trampilla y abrió el estrecho ventanuco.
                   --L-l-listo -dijo-. Ya está el p-ppozo de hu-humo. ¿Te-te-tenemos yesca?
                   --Utiliza esto si quieres -dijo Mike, sacando del bolsillo una maltratada revista de
                "Archie"-. Ya la leí.
                   Bill arrancó las páginas una a una con lentitud. Los otros se sentaron contra las
                paredes, rodilla con rodilla y hombro con hombro, observando en silencio. La
                tensión era palpable.
                   Bill puso ramitas pequeñas y astillas sobre el papel. Luego miró a Beverly.
                   --T-t-ti ti-tienes cerillas -dijo.
                   Ella encendió una; una llama diminuta y amarilla en la penumbra.
                   --Lo más probable es que esa porquería no encienda, de cualquier modo -dijo,
                mientras acercaba la llama al papel.
                   Cuando la cerilla ardió hasta cerca de sus dedos, la arrojó al medio.
                   Las llamas se encendieron, amarillas, crepitantes, recortando en nítido relieve
                cada una de las caras. En ese momento, Richie no tuvo dificultad en creer la
                historia de indios contada por Ben; así debía haber sido en los viejos tiempos,
                cuando la idea de los hombres blancos era sólo un rumor o una leyenda para
                aquellos indios que perseguían rebaños de búfalos tan grandes que cubrían los
                campos, de horizonte a horizonte, haciendo temblar la tierra como, durante un
                terremoto. En ese momento, Richie pudo imaginar a aquellos indios, kiowas,
                pauníes o lo que fueran, contemplando las llamas que se hundían en la leña verde
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