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Entonces volvió a abrirse la trampilla. Beverly forcejeaba por salir, entre toses
                secas, con una mano cubriéndole la boca. Ben la tomó por una mano y Stan por el
                brazo. Medio a tirones, medio forcejeando por su cuenta, desapareció.
                   --E-e-es cierto que se ag-se agrandó -dijo Bill.
                   Richie miró alrededor. Vio el circulo de piedras donde ardía el fuego,
                despidiendo nubes de humo. Al otro, lado estaba Mike, sentado con las piernas
                cruzadas como un tótem tallado en caoba; lo miraba fijamente a través del fuego,
                con los ojos enrojecidos por el humo. Sólo que Mike estaba a más de veinte
                metros. Y Bill, más lejos atún, a su derecha. La casita subterránea tenía, en ese
                momento, las dimensiones de un salón de baile.
                   --No importa -dijo Mike-. Va a venir muy pronto. Algo viene.
                   --S-s-sí -reconoció Bill-. Pe-e-epero yo... -Empezó a toser. Trató de dominarse,
                pero la tos empeoró hasta convertirse en un repiqueteo seco.
                   Vagamente, Richie lo vio levantarse tambaleante, y arrojarse hacia la trampilla.
                   --Bu-bu-buena: su-su...
                   Y desapareció arrastrado por los otros.
                   --Parece que sólo quedamos tú y yo, viejo Mikey -dijo Richie. Entonces él
                también empezó a toser-.
                   Estaba seguro de que sería Bill...
                   La tos empeoró. Se dobló en tos tosiendo sin poder recobrar el aliento. Le
                palpitaba la cabeza como a martillazos, como un rábano lleno de sangre. Sus ojos
                lagrimeaban tras las gafas.
                   Desde lejos, le llegó la voz de Mike.
                   --Sube si es necesario, Richie. No te marees. No vayas a matarte.
                   Levantó una mano- hacia Mike y la agitó en un gesto de negación. Poco a poco
                fue dominando la tos. Mike tenía razón. Algo estaba por ocurrir y ocurriría pronto.
                Y él deseaba estar allí cuando así fuera.
                   Reclinó la cabeza hacia atrás y clavó otra vez la vista en el ventanuco. El ataque
                de tos lo había dejado algo mareado, como si flotara en un almohadón de aire. La
                sensación era agradable. Siguió aspirando poco a poco, pensando: "Algún día
                seré una estrella del rock and roll. Sí, eso es. Seré famoso. Grabaré discos y haré
                películas. Tendré una chaqueta deportiva negra y zapatos blancos. Y un Cadillac
                amarillo. Y cuando vuelva a Derry todos se morderán los codos, hasta Bowers.
                ¿Qué importa que lleve gafas? Buddy Holly también lleva gafas. Cantaré hasta
                ponerme azul y bailaré hasta ponerme negro. Seré la primera estrella del rock and
                roll nacida en Maine. Y..."
                   El pensamiento se fue a la deriva. No importaba. Descubrió que ya no
                necesitaba respirar superficialmente. Sus pulmones se habían adaptado y podía
                aspirar tanto humo como quisiera.
                   Mike arrojó más palitos al fuego. Para no ser menos, Richie arrojó otro puñado.
                   --¿Cómo te sientes, Rich? -preguntó Mike.
                   Richie sonrió.
                   --Mejor. Casi bien. ¿Y tú?
                   Mike asintió, devolviéndole la sonrisa.
                   --Me siento bien. ¿Has tenido algún pensamiento raro?
                   --Sí. Por un minuto me creí Sherlock Holmes. Después pensé que podía bailar
                como los Dovells. Tienes los ojos rojos. ¿Lo sabías?
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