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--No importa -se oyó decir Richie. Su voz sonaba como si saliera de un cuerpo
                ajeno.
                   Un momento después se cerró la trampilla, pero el aire fresco que había entrado
                le despejó un poco la cabeza. Antes de que Ben se moviera para llenar el espacio
                que Stan había dejado vacío, Richie cobró conciencia de que su pierna volvía a
                presionar contra la de él. ¿De dónde había sacado la idea de que la casita se
                había agrandado?
                   Mike Hanlon arrojó más palitos al fuego. Richie volvió a respirar a bocanadas
                cortas mirando el ventanuco. No tenía idea del tiempo, que pasaba, pero
                experimentaba la vaga sensación de que, aparte del humo, la casita se estaba
                convirtiendo en algo cálido y agradable.
                   Miró alrededor buscando a sus amigos. Costaba verlos porque estaban
                envueltos en sombras, humo y una luz estival aún blanca. Bev tenía la cabeza
                reclinada contra el entablado, las manos en las rodillas y los ojos cerrados. Las
                lágrimas le corrían por las mejillas hacia los lóbulos de las orejas. Bill, con las
                piernas cruzadas, apoyaba la barbilla en el pecho. Ben...
                   De pronto, Ben se levantó y empujó la trampilla.
                   --Ben abandona -dijo Mike. Estaba sentado a lo indio, frente a Richie, y tenía los
                ojos rojos como los de una comadreja.
                   Otra vez los asaltó una relativa frescura. El aire se renovó al escapar humo por
                la trampilla. Ben iba tosiendo y haciendo arcadas. Salió con ayuda de Stan. Antes
                de que ninguno pudiera cerrar la trampilla, Eddie se levantó trabajosamente,
                mortalmente pálido salvo los dos parches amoratados bajo los ojos que le
                llegaban a los pómulos. Buscó a débiles manotazos el borde de la escotilla y
                habría caído de no ser por Ben, que le cogió una mano y Stan que le sujetó la
                otra.
                   --Perdón -logró decir el chico, con un susurro sibilante, antes de que lo sacaran
                a tirones.
                   La trampilla volvió a cerrarse con un golpe.
                   Hubo un período largo y tranquilo. El humo se acumuló hasta formar una densa
                niebla dentro de la casita. "Esto parece niebla londinense, Watson", pensó Richie.
                Por un momento se vio como Sherlock Holmes (un Sherlock muy parecido a Basil
                Rathbone, totalmente blanco y negro), se vio avanzar decididamente por Baker
                Street. Moriarty estaba a alguna distancia, lo esperaba un taxi y algo estaba en
                marcha.
                   El pensamiento fue asombrosamente claro, y sólido. Casi parecía tener peso,
                como si no fuese un pequeño sueño de bolsillo como los que tenía
                constantemente ("Batea Tozier para los Bosox, allá va, sube, sube... ¡Ha
                desaparecido! "Home run", Tozier... ¡Y acaba de romper todos los récords!.) sino
                algo casi real.
                   Aún le quedaba humor suficiente como para pensar que, si de todo eso no
                sacaba más que una visión de Basil Rathbone en el papel de Sherlock Holmes,
                toda esa cuestión de las visiones tenía más fama de la que merecía.
                   "Claro que no es Moriarty el que está allí. Es "Eso"... algún "Eso"... y es real.
                Es..."
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