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Al oeste, las nubes se encendieron con un capullo de fuego rojo. Avanzó hacia
                ellos, dejando un rastro y fue ensanchándose de arteria a arroyo, a río de ominoso
                color y entonces, cuando un objeto ardiente cayo atravesando la capa de nubes,
                llegó el viento. Era caliente y chamuscante, lleno de humo; sofocaba. La cosa del
                cielo era gigantesca, como una cabeza de cerilla encendida, cuyo fulgor casi
                impedía mirarla. De ella se desprendían arcos de electricidad, látigos azules que
                dejaban truenos a su paso.
                   --¡Una nave espacial! -vociferó Richie, cayendo de rodillas, cubriéndose los ojos
                con las manos-. Oh, Dios mío, es una nave espacial. ,
                   Pero estaba convencido (y así lo diría a los otros después) de que no era una
                nave espacial, aunque debía haber cruzado el espacio para llegar. Aquello que
                había descendido en aquel día remoto, fuera lo que fuese, había llegado desde un
                lugar más lejano que otra estrella u otra galaxia, y si la primera idea que acudió a
                su mente fue nave espacial, quizá se debió a que su mente no tuvo otro modo de
                expresar lo que sus ojos veían.
                   Entonces se produjo una explosión, un rugido al que siguió un fuerte choque
                resonante que los arrojó al suelo. Esa vez fue Mike quien buscó a tientas la mano
                de Richie. Hubo otra explosión. richie abrió los ojos y vio un resplandor de fuego y
                una columna de humo que se elevaba hasta el cielo.
                   --¡"Eso"! -gritó a Mike aterrorizado. Nunca en su vida había experimentado ni
                experimentaría emoción alguna tan intensa, tan abrumadora. ¡"Eso"! ¡"Eso"!
                ¡"Eso"!
                   Mike lo levantó a tirones. Ambos corrieron por la alta ribera del Kenduskeag
                joven sin darse cuenta de lo cerca que estaban de la pendiente. Mike tropezó y
                cayó de rodillas. Luego le tocó a richie el turno de caer, raspándose la pantorrilla y
                desgarrándose los pantalones. Se había levantado viento y llevaba hacia ellos el
                olor de la selva incendiada. El humo se fue tornando más espeso. Richie cobró
                vaga conciencia de que él y Mike ya no corrían solos. Los animales habían vuelto
                a ponerse en marcha: huían del humo, del fuego, de la muerte. Huían, tal vez, de
                "Eso". Del recién llegado a su mundo.
                   Richie empezó a toser. Oyó que también Mike tosía. El humo era más denso;
                envolvía los verdes, los grises, los rojos del día. Mike volvió a caer y Richie perdió
                el contacto de su mano. Lo buscó a tientas y no lo encontró.
                   --¡Mike! -aulló, presa del pánico, tosiendo-. Mike, ¿dónde estás? ¡Mike! ¡Mike!
                   Pero Mike había desaparecido. No estaba por ninguna parte.
                   --¡Richie! ¡Richie! ¡Richie!
                   (¡!Guac¡!)
                   --¡Richie! ¡Richie! ¡Richie!, ¿estás



                   6.

                   bien?
                   Parpadeó, abriendo los ojos, y vio a Beverly arrodillada a su lado, limpiándole la
                boca con un pañuelo. Los otros (Bill, Eddie, Stan y Ben) estaban tras ella,
                solemnes y asustados. A Richie le dolía la cara. Trató de hablar, pero sólo emitió
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