Page 33 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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—Creo que lo harías, Basil. Pones tu arte por encima de tus amigos. No
soy para ti más que una figura de bronce. Quizá menos que eso, me atrevería
a decir.
Hallward miraba estupefacto. Era tan impropio de Dorian hablar así. ¿Qué
había ocurrido? Parecía casi furioso. Tenía el rostro encendido y las mejillas
le ardían.
—Sí —continuó—, soy menos para ti que tu Hermes de marfil o tu Fauno
de plata. Ellos te gustarán siempre. ¿Hasta cuándo te gustaré yo? Hasta que
tenga la primera arruga, supongo. Ahora sé que cuando uno pierde sus
atractivos, cualesquiera que sean, lo pierde todo con ellos. Tu retrato me lo ha
mostrado. Lord Henry tiene toda la razón. La juventud es lo único que merece
la pena poseer. Cuando descubra que estoy envejeciendo, me mataré.
Hallward palideció y le cogió la mano.
—¡Dorian! ¡Dorian! —exclamó—. No digas eso. Nunca he tenido un
amigo como tú, y nunca tendré otro. ¿Cómo puedes tener celos de cosas
materiales?
—Tengo celos de todas las cosas cuya belleza no muere. Tengo celos del
retrato que has pintado de mí. ¿Por qué debería conservar lo que yo he de
perder? Cada momento que pasa me arrebata algo y a él se lo da. ¡Ojalá fuera
justo al contrario! ¡Que el cuadro pudiese cambiar y yo pudiera permanecer
para siempre tal como soy ahora!
Lágrimas ardientes asomaron a sus ojos; apartó su mano y,
derrumbándose en el diván, enterró el rostro en los cojines como si rezara.
—Esto es obra tuya, Harry —dijo Hallward con amargura.
—¿Obra mía?
—Sí, tuya, y lo sabes.
Lord Henry se encogió de hombros.
—Es el verdadero Dorian Gray; eso es todo —respondió.
—No lo es.
—Aunque no lo sea, ¿qué tengo que ver yo?
—Debiste marcharte cuando te lo pedí.
—Me quedé cuando me lo pediste.
—Harry, no puedo discutir con mis dos mejores amigos a la vez, pero
entre ambos me habéis hecho odiar la mejor obra que he creado nunca, y voy
a destruirla. ¿Qué otra cosa es más que lienzo y color? No dejaré que se
interponga en las vidas de los tres y las arruine.
Dorian Gray levantó su dorada cabeza de la almohada, y lo miró con el
rostro pálido y los ojos empañados de lágrimas, mientras éste se dirigía a la
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