Page 64 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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Ella  se  puso  de  pie  y,  con  una  penosa  expresión  de  dolor  en  el  rostro,

               cruzó la habitación hacia él. Le puso la mano sobre el brazo y lo miró a los
               ojos. Él la apartó empujándola hacia atrás.
                    —¡No me toques! —gritó.
                    Ella emitió un gemido grave y se arrojó a sus pies, quedándose allí igual

               que una flor pisoteada.
                                                                           ⁠
                    —¡Dorian!  ¡Dorian!  ¡No  me  dejes!  —⁠susurró—.  Siento  tanto  no  haber
               actuado bien. Estaba pensando en ti todo el tiempo. Pero lo intentaré. Desde
               luego que lo intentaré. Se apoderó de mí tan repentinamente mi amor por ti.

               Creo  que  nunca  lo  habría  sabido  si  no  me  hubieras  besado,  si  no  nos
               hubiéramos  besado.  ¡Bésame  otra  vez,  amor  mío!  No  te  vayas.  No  podría
               soportarlo.  ¿No  puedes  perdonarme  por  esta  noche?  Trabajaré  mucho  e
               intentaré mejorar. No seas cruel conmigo por amarte más que a nada en el

               mundo. Después de todo, sólo ha sido una vez cuando no te he gustado. Pero
               tienes  mucha  razón,  Dorian.  Habría  tenido  que  mostrar  más  de  mí  como
               artista. Fue estúpido por mi parte, pero no lo pude evitar. Oh, no me dejes, no
               me dejes.

                    Un ataque de apasionado llanto la ahogó. Cayó al suelo como una criatura
               herida, y Dorian Gray, con sus bellos ojos, la miró al mismo tiempo que sus
               cincelados  labios  se  curvaban  en  un  gesto  de  desprecio.  Siempre  hay  algo
               ridículo en los sufrimientos de quienes hemos dejado de amar. Sybil Vane le

               pareció absurdamente melodramática. Sus lágrimas y sollozos lo irritaban.
                                                                                   ⁠
                    —Me  voy  —dijo  al  fin  con  su  voz  clara  y  serena—.  No  quiero  ser
               desagradable, pero no puedo volver a verte. Me has decepcionado.
                    Ella siguió llorando en silencio y no respondió, pero se arrastró un poco

               hacia él. Extendió sus pequeñas manos a ciegas, como si lo buscaran. Él se
               dio  la  vuelta  y  salió  de  la  habitación.  Unos  momentos  después  se  hallaba
               fuera del teatro.
                    A dónde fue, apenas él mismo lo sabía. Recordaba haber estado vagando

               por las calles mal iluminadas, entre arcadas de sombras siniestras y casas de
               mal agüero. Mujeres con voces roncas y risas estridentes lo habían llamado.
               Los  borrachos  se  tambaleaban  maldiciendo  y  parloteando  entre  ellos  como
               simios  monstruosos.  Un  hombre  con  ojos  extraños  de  repente  se  había

               quedado  mirándolo  a  la  cara,  y  luego  había  estado  siguiendo  sus  pasos
               sigilosamente para adelantarlo y repasarlo una y otra vez. Había visto niños
               grotescos  apiñados  en  los  umbrales  y  había  oído  gritos  y  juramentos  que
               llegaban de patios oscuros.







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