Page 66 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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duda de que la expresión era del todo distinta. No era una mera fantasía suya.
La cuestión era espantosamente evidente.
Se derrumbó en una silla y empezó a pensar. De repente, cruzó por su
cabeza lo que había dicho en el estudio de Basil Hallward el día en que el
cuadro había quedado acabado. Sí; lo recordaba a la perfección. Había
formulado un loco deseo de poder seguir siendo joven mientras que el cuadro
envejecía; que su belleza permaneciese intacta y el rostro del lienzo sufriese
la carga de sus pasiones y sus pecados; que la imagen pintada se marchitase
con las líneas del sufrimiento y la reflexión, y él pudiera conservar la delicada
flor y el encanto de aquella juventud de la que acababa de tomar consciencia.
¿Acaso su plegaría habría sido escuchada? Algo así era imposible. Incluso
pensar en ello parecía monstruoso. Y, sin embargo, allí estaba el cuadro ante
él, con aquel toque de crueldad en su boca.
¡Crueldad! ¿Es que acaso había sido cruel? La culpa era de la muchacha;
no suya. Había soñado convertirla en una gran artista; le había entregado su
amor porque había pensado que ella era grande. Luego lo había decepcionado.
Había sido superficial y no había estado a la altura. Aunque, a pesar de todo,
una sensación de arrepentimiento infinito se apoderó de él al pensar en la
joven arrojada a sus pies mientras lloraba como una niña. Recordó la
insensibilidad con que la había mirado. ¿Por qué había sido creado de aquella
forma? ¿Por qué le habían dado un alma? Él también había sufrido. Durante
las tres terribles horas que había durado la representación, había vivido siglos
de dolor, un eón tras otro de tortura. La vida de él era digna de la de ella. Ella
se la había arruinado por un momento, suponiendo que él la hubiera herido a
ella para siempre. Además, las mujeres soportaban mejor las penas que los
hombres. Ellas vivían de sus emociones. Ellas sólo pensaban en sus
emociones. Cuando tomaban amantes, era simplemente para tener a alguien
con quien montar escenas. Lord Henry le había dicho eso, y lord Henry sabía
lo que eran las mujeres. ¿Por qué debía preocuparse por Sybil Vane? Ella no
significaba nada para él ahora.
Pero ¿y el cuadro? ¿Qué podía decir de eso? Guardaba el secreto de su
vida y contaba su historia. Le había enseñado a amar su propia belleza. ¿Le
enseñaría también a odiar su propia alma? ¿Sería capaz de mirarlo otra vez?
No; no era más que una ilusión producto de sus sentidos perturbados. La
horrible noche pasada había dejado tras ella fantasmagorías. De repente se
habían apoderado de su cerebro esas pequeñas motas escarlata que
enloquecen a los hombres. El cuadro no había cambiado. Pensarlo era una
locura.
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