Page 61 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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Incluso el vulgar e inculto público del patio de butacas y el gallinero
perdió interés en la obra. Se impacientó y empezó a hablar en voz alta y a
silbar. El director judío, que se hallaba tras el palco, pataleaba y juraba
enfurecido. La única que seguía imperturbable era la propia muchacha.
Cuando terminó el segundo acto, se oyó una tormenta de silbidos y lord
Henry se levantó de la silla y se puso el abrigo.
—Es bastante hermosa, Dorian —dijo—, pero no sabe actuar.
Vayámonos.
—Yo me quedo a ver la obra entera —respondió el muchacho con voz
dura y amarga—. Siento terriblemente haberte hecho perder una tarde, Harry.
Os pido disculpas a los dos.
—Mi querido Dorian, yo diría que la señorita Vane está enferma
—interrumpió Hallward—. Volveremos otra noche.
—Desearía que estuviera enferma —replicó éste—. Pero me parece,
simplemente, desalmada y fría. Ha cambiado por completo. Anoche era una
gran artista. Esta noche no es más que una actriz mediocre y vulgar.
—No hables así de nadie a quien ames, Dorian. El amor es algo mucho
más maravilloso que el arte.
—Ambos no son más que simples formas de imitación —murmuró lord
Henry—. Pero, vayámonos, Dorian. No debes quedarte aquí ni un minuto
más. No es bueno para la moral de uno presenciar malas actuaciones. Y,
además, no creo que quieras que tu esposa actúe. Así que, ¿qué problema hay
en que haga de Julieta igual que una muñeca de madera? Es encantadora, y si
sabe tan poco de la vida como de actuar, será una experiencia deliciosa. Sólo
hay dos clases de personas en verdad fascinantes: la gente que lo sabe
absolutamente todo y la gente que no sabe absolutamente nada. ¡Cielo santo,
querido muchacho, no pongas esa cara de tragedia! El secreto de la
permanente juventud es no tener nunca una emoción inconveniente. Ven al
club con Basil y conmigo. Fumaremos cigarrillos y brindaremos por la
belleza de Sybil Vane. Es hermosa. ¿Qué más puedes desear?
—Por favor, vete —gritó el muchacho—. De verdad quiero estar solo.
Basil, no te importa que te pida que te marches, ¿verdad? ¡Ay! ¿No podéis ver
que mi corazón se está rompiendo?
Lágrimas calientes vinieron a sus ojos. Los labios le temblaban y,
precipitándose al fondo del palco, se apoyó contra la pared mientras se
ocultaba la cara con las manos.
—Vámonos, Basil —dijo lord Henry con una extraña ternura en su voz, y
los dos jóvenes se marcharon juntos.
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