Page 72 - El Terror de 1824
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63  1).  PÉREZ  GALDÓS
        — ¡Ahí  ya...  ropa  desechada  del  Sr.  D.  Salva-
          dor Monsalud...  Pues  mire  usted,  si  fuera  ob-
      sequío  de  otra  persona  lo  rehusaría;  pero  sien-
         do de  aquel  noble  patriota  lo  acepto.  Conste
      que  no  ha  pedido  na  la.
        —  De  ropa  exterior  podríamos  arreglarle
      algunas  piezas  decentes — dijo  Sola  sonriendo,
      — siempre  que  usted  tarde  algunos  días  en
      marchar  á  la  inmortalidad.
        — ¡Tardar!  Basta  de  bromas...  ¿Para  qué
      quiero  yo  ropas  bonitas?  ¿Voy  acaso  á  entrar  en
      algún  salón  de  baile,  ó  en  los  Elíseos  Campos,,
      donde  los  justos  sé  pasean  envueltos  en  man-
         tos de  nubes?...  Figúrese  usted  la  falta  que
      me  hará  á  mí  la  buena  ropa...
        — Puede  que  tarden  en  matarle  á  usted  un
      mes  ó  dos.  Y  si  siguen  estos  fríos  no  le  vendrá
      mal  una  buena  capa.
        — Tanto  como  venir  mal  precisamente,  no..,
      ¿La  tiene  usted?
        — La  buscaremos.
        — No,  no  e3  preciso...  Voy  á  levantarme.
        Soledad  se  retiró,  y  al  poco  rato  apareció  en
      la  sala  D.  Patricio  completamente  vestido.
      Sentóse  en  el  sofá,  y  contemplando  á  la  joven
      con  bondadosa  mirada,  dijo  así:
        — Desde  el  tiempo  de  mi  Refugio,  no  había
      dormido  en  una  cama  tan  buena...  |Ay!  ¡ella
      era  tan  hacendosa,  tan  casera!  Nuestro  domi-
           cilio estaba  como  un  oro,  y  nuestro  lecho
      nupcial  podía  haber  servido  para  que  en  el  se-
        ré volcara  un  Rey...  ¡Pobre  Refugio,  si  me  vie-
          ras en  mi  actual  miseria!...  ¡Pobre  Lucas,  po-
          bre hijo  mío!  Hoy  tu  muerte  es  digna  de  envi-
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