Page 76 - El Terror de 1824
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72 B. PÉREZ GALDÓS
— Por vida de la chilindraina — gritó Agi-
tando sus brazos, — que si usted no rae da la
llave, la tomaré yo donde quiera que se en-
cuentre.
— Atrévase — dijo Soledad con festiva afec-
tación de valor, incorporándose en su asiento.
— Mujer y de poca fuerza, no temo á un fas-
tasmón como usted... Quieto ahí, y cuidado
con apurarme la paciencia.
— Señora, no puedo creer sino que usted se
ha vuelto loca — gruñó Sarmiento con sarcas-
mo.— jQuerer detener á un hombre como yol
No sabe usted las bromas que gasto. Repito
que aquí hay una conjuración infame.,. ¡Oh, si
es usted hija del conspirador más grande que
han abortado los despóticos infiernos!... ]Ah,
taimada muchachuela! Ahora me explico á
qué venían los chocolatitos, la ropita blanca,
el buen cocido y mejor sopa... ]Quite usted allál
¿Oree usted que con eso se ablanda este bron-
ce? ¿Oree usted que así se abate esta montaña?
¿Soy yo de mantequillas? Aunque fuera pre-
ciso derribar á puñetazos estas paredes y arran-
car con los dientes esos cerrojos del despotis-
mo, yo lo haría, yo... porque he de ir á don-
de me llama mi hado feliz, y mi hado, j'atum
que decían los antiguos, se ha de cumplir, y
la víctima preciosa inscrita en el eterno libro
no puede faltar, ni la sangre redentora puede
dejar de derramarse, ni la libertad ha de que-
darse sin la víctima que necesita. De modo que
saldré, pese á quien pese, aunque tenga que
emplear la fuerza contra miserables mujeres, lo
que es impropio de la nobleza de mi carácter.