Page 110 - Querido cerebro, ¿qué coño quieres de mí?
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identificarnos tanto con la tristeza que hasta nos enfade que otros nos
intenten animar.
Es como si quisiéramos estar tristes. El problema es que en realidad
no queremos, y si nadie nos hace ver más allá de nuestra tristeza, nos
podemos pasar ahí la vida. Por eso, el primer paso para ver algo de luz
al final del túnel es comenzar a hacer cosas, aunque no nos apetezca.
Igual te parece que esto es forzarnos a nosotros mismos y efectivamente
así es, pero es que, si te sientes así, no te va a apetecer hacer nada que
te anime, recuerda que estás poseído por la tristeza.
Aquí podríamos hacer junto a Diana un horario o planificación de
tareas agradables para ella —poquitas al principio— para garantizar que
haga un mínimo al día. La idea es que estuviera de acuerdo y se
comprometiera a cumplirlo para ir poco a poco pudiendo sentir más
placer en su día a día y motivación para hacer cosas.
Anclaje al pasado
Todos necesitamos nuestros tiempos para gestionar nuestras
cosas, pero vivir en el pasado no ayuda a nadie a estar mejor.
Ya vimos en el primer capítulo que el cerebro necesita el pasado para
poder predecir lo que nos va a ocurrir —para nuestra supervivencia— y
más allá de eso también nos sirve para tener una identidad, una historia
que explique por qué somos como somos.
El pasado se queda almacenado en el cerebro en forma de recuerdos,
pero los recuerdos no son inalterables; de hecho, son muy alterables.
Cada vez que accedemos a uno de forma inconsciente lo modificamos y
se vuelve a guardar en nuestra mente tal y como lo hemos retocado. Es