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Rococó,  clasicismo y  romanticismo







                 liante.  En  la  vecindad  inmediata  de  la  corte,  bajo  la  opresión  de


                 un aparato estatal  minúsculo,  pero de  un príncipe exigente y pró­


                 digo,  y  siempre  vigilado  por  funcionarios  poco  influyentes,  pero



                 inhumanos,  el ciudadano alemán  llevaba una existencia inquieta y


                 amenazada siempre.  Es cierto que el servicio oficial absorbía en sus


                 I unciones  subordinadas  una  parte  considerable  de  la  clase  media,


                 pero corrompía a estos  pequeños  funcionarios  por  la circunstancia



                 de  que  el  empleo  oficial  representaba  para  la  mayoría  de  ellos  la


                 única posibilidad de vivir conforme a su condición.  Para un miem­


                 bro  de  la  burguesía  que  no  se  ocupara  en  el  comercio  o  en  la  in­



                 dustria no quedaba otro recurso que convertirse en funcionario ofi­


                 cial,  jurista de la administración pública, clérigo de  la iglesia local


                 o profesor en  un instituto público.


                           La impotencia de la clase burguesa, su exclusión del gobierno



                 del  país,  así  como  de  toda  actividad  política,  provocó  una pasivi­


                 dad que  se extendió a toda la vida cultural. La intelectualidad  for­


                 mada  por  funcionarios  subalternos,  maestros  de  escuela  y  poetas



                 ajenos al mundo se acostumbró a trazar una línea divisoria entre su


                 vida  privada  y  la  política,  y  a  renunciar  de  antemano  a  toda  in­


                 fluencia práctica.  Se  resarcía de ello  con  su  exagerado  idealismo  y


                 con el acentuado desinterés de su ideología, y cedía la dirección del



                 listado a  los detentadores  del poder.  En  esta renuncia se  manifies­


                 ta  no sólo  una  indiferencia absoluta por  las  aparentemente  inalte­


                 rables  condiciones  sociales,  sino  también  un  desprecio manifiesto



                 de la política como profesión. La intelectualidad burguesa perdió de


                 esta manera todo contacto con  la realidad  social y se hizo cada vez


                 más  aislada,  más  excéntrica  e  intransigente.  Su  pensamiento  se


                 hizo  meramente  contemplativo  y  especulativo,  irreal  e  irracional;



                 su modo de expresión se volvió caprichoso, encasillado,  incomuni­


                 cable,  incapaz  de  tomar  en  consideración  a  los  demás  y  opuesto  a


                 toda  corrección  venida  del  exterior.  Se  retiró  a  un  nivel  de  vida



                 «universalmente humano», situado por encima de clases, estamen­


                 tos  y  grupos;  hizo  de  su  falta  de  sentido  práctico  una virtud  y  la


                 llamó  idealismo,  interioridad  y  superación  de  las  limitaciones  de



                 tiempo y  espacio.  Desarrolló,  partiendo  de su  involuntaria pasivi­


                 dad,  un  ideal  idílico de existencia privada,  y, partiendo de sus tra­






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