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Historia social de la literatura y el arte
vida cultural. Por tanto, no fue en un país económicamente ex
hausto donde estalló la Revolución; fue más bien en un Estado in
solvente con una rica clase media.
La burguesía se apoderó paulatinamente de todos los medios de
cultura; no sólo escribía los libros, sino que los leía también, y no
sólo pintaba los cuadros, sino que también los adquiría. En el siglo
precedente formaba todavía una parte relativamente modesta del pú
blico interesado en el arte y en la lectura, pero ahora constituye la
cíase culta por excelencia y se convierte en la auténtica mantenedora
de la cultura. Los lectores de Voltaire pertenecen ya en su mayor par
te a la burguesía, y los de Rousseau de manera casi exclusiva. Crozat,
el gran coleccionista de arte del siglo, procede de una familia de co
merciantes; Bergeret, el protector de Fragonard, es de origen aún
más humilde; Laplace es hijo de un campesino, y de D ’Alembert no
se sabía en absoluto de quién era hijo. El mismo público burgués que
lee los libros de Voltaire lee también los poetas latinos y ios clásicos
franceses del siglo XVII, y es tan decidido en lo que rechaza como en
la selección de sus lecturas. No tiene mucho interés por los autores
griegos, y éstos desaparecen gradualmente de las bibliotecas; despre
cia la Edad Media, España se le ha hecho ajena, su relación con Ita
lia no se ha desarrollado todavía propiamente y no llegará nunca a ser
tan cordial como fue la de la sociedad cortesana con el Renacimien
to italiano en el siglo precedente. Se han considerado como repre
sentantes espirituales: del siglo XVI, al gentilhomme; del XVII, al
honnéte homme, y del XVIII, al hombre ilustrado 11, es decir, al lector de
Voltaire. No se comprende al burgués francés -se ha afirmado- si no
se conoce a Voltaire, al cual ha tomado por modelo 12; pero no se
comprende tampoco a Voltaire si no se tiene en cuenta cuán profun
damente está arraigado en la clase media, a pesar de sus coronados
amigos, de sus aires señoriales y de su enorme fortuna, y no sólo por
razón de su origen, sino también por su manera de pensar. Su sobrio
clasicismo, su renuncia a la solución de ios grandes problemas meta-
físicos, su desconfianza de todo aquel que los explica, su espíritu agu
do, agresivo y, sin embargo, tan urbano, su religiosidad anticlerical
11 F. Strowski, La Sages su fran$aiset 1915, pág. 20.
12 J. Aynard, op, cit., pág. 350.
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