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Historia social  de  la  literatura  y el  arte







             cultura;  igualmente  comenzaron  a  darse  enseñanzas  artísticas  en



             escuelas  privadas  y  en  clases  nocturnas.  Además,  se  introdujo  la


              enseñanza  del  dibujo  también  en  el  plan  docente  de  las  escuelas


             superiores  (écoles  centrales).  Sin  embargo,  nada  contribuyó  tanto


             probablemente  a  la  democratización  de  la  educación  artística



             como  la organización y ampliación  de  los museos.  Hasta  la Revo­


              lución, todo artista que no estaba en condiciones de emprender un


             viaje a Italia podía ver muy poco de las obras de los famosos maes­



              tros.  Éstas  se  encontraban  en gran  parte  en  las galerías de  los  re­


             yes  y  en  las  de  los  grandes  coleccionistas,  y  no  eran  accesibles  ai


             público.  Todo  esto  cambió  con  ia  Revolución.  En  1792  la  Con­



             vención decidió  la creación  de  un museo  en  el  Louvre.  Allí,  en  la


             vecindad  inmediaca de  los  estudios,  los jóvenes  artistas podían  en


             lo sucesivo estudiar y copiar diariamente las grandes obras de arte,


             y  allí,  en  las  galerías  del  Louvre,  encontraban  el  mejor  comple­



             mento de  las enseñanzas de sus  propios maestros.


                        Después  del  9  Termidor,  el  principio  de  autoridad  fue  gra­


             dualmente restablecido también en el terreno del arte, y finalmen­



             te  la Academia de Bellas Artes fue sustituida por la sección  IV del


             Instituto.  Nada  es  tan  característico  del  espíritu  antidemocrático


             con  que  fue  realizada  esta  reforma  como  el  hecho  de  que  la  vieja


             Academia tuviera  150  miembros, frente a los  22  que  tenía la nue­



             va.  No obstante, pertenecían  también a ella David,  Houdon y Gé-


             rard, que pronto recobraron su antigua autoridad.  Desde luego, los


             artistas  revisaron  también  su  relación  con la  Revolución, que,  por



             lo  demás,  no  había  sido  completamente  uniforme.  Había  artistas


             que fueron desde el principio sinceros y auténticos revolucionarios,


             y no sólo algunos como David, que, gracias al dinero de su esposa,


             era en lo material independiente y no tenía que preocuparse por las



             circunstancias  momentáneas  del  mercado  artístico,  sino  también


             gente  como  Fragonard,  que  se  arruinó por  la marcha  de  los  acon­


             tecimientos, y a pesar de ello permaneció leal a la Revolución. Pero



             había  también  entre  los  artistas,  naturalmente,  contrarrevolucio­


             narios  convencidos;  por  ejemplo,  Madame  Vigée-Lebrun,  que


             abandonó el país  con su  distinguida clientela.  Sin  embargo,  tanto


             en  la  derecha como  en  la  izquierda  la  mayoría eran  simpatizantes






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