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Rococó,  clasicismo y  romanticismo








                         clarividencia  y  su  agudeza para  todo,  por  lejanamente  emparenta­


                         do que estuviera o por difícil de  interpretar que  fuera.  Sin esta hi­


                         perestesia  difícilmente  hubiera  conseguido  restaurar  las  grandes



                         continuidades  históricas de la cultura,  delimitar la cultura moder­


                         na frente a la clásica,  reconocer en  el  cristianismo la gran  línea di­


                         visoria de la historia occidental y descubrir los rasgos comunes  «ro­


                         mánticos»  de  todas  las  culturas  problemáticas,  individualistas  y



                         reflexivas  derivadas del cristianismo.


                                   Sin  ia conciencia histórica dei  romanticismo,  sin  la constante


                         problematización  del  presente,  que  domina  el  mundo  mental  del



                         Renacimiento,  hubiera  sido  inconcebible  todo  el  historicismo


                         del siglo XIX, y con él una de las revoluciones más profundas en la


                         historia del  espíritu.  La imagen  del  mundo hasta el  romanticismo


                         era fundamentalmente estática, parmenídea y ahistórica, a pesar de



                         Heráclito y  de  los sofistas,  del  nominalismo  de  la escolástica y  del


                         naturalismo  del  Renacimiento,  de  la  dinámica de  la economía ca­


                         pitalista y del progreso de las ciencias históricas en el siglo XVIII.



                         Los factores determinantes de la cultura humana, los principios  ra­


                         cionales de la ordenación natural y  sobrenatural del mundo,  las le­


                         yes  morales  y  lógicas,  los  ideales de  la verdad y  el derecho,  el  des­


                         tino  del  hombre  y  el  sentido  de  las  instituciones  sociales  habían



                         sido concebidos  fundamentalmente  como  algo  unívoco  e  inmuta­


                         ble en su significación, como entelequias atemporales o como ideas


                         innatas.  En  relación  con  la  constancia  de  estos  principios,  todo



                         cambio,  todo desarrollo  y  diferenciación parecían  sin  relieve y  efí­


                         meros; todo lo que ocurría en el medio del tiempo histórico parecía


                         afectar  sólo a  la superficie  de  las  cosas.  Sólo  a partir de  la  Revolu­


                         ción y  el  romanticismo  comenzó  la  naturaleza del  hombre  y  de  la



                         sociedad a ser sentida como esencialmente evolucionista y dinámi­


                         ca.  La idea de que  nosotros y  nuestra cultura estamos  en  un eterno


                         fluir y en una lucha interminable, la idea de que nuestra vida espi­



                         ritual  es  un proceso y tiene un carácter vital  transitorio,  es un des­


                         cubrimiento  del  romanticismo  y  representa  su  contribución  más


                         importante a la filosofía del presente.


                                    Es  un  hecho bien conocido que  el  «sentido  histórico»  no sólo



                         era despierto y activo en el prerromanticismo, sino que operó como






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