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Historia social  de  la  literatura  y  el  arte







                bles,  que viven  o  mueren,  decaen y son  sustituidos  por  otros esti­



                los. La concepción de la historia del arte como la contigüidad y su­


                cesión  de  tales  fenómenos  estilísticos  que  han de  ser juzgados  con


                arreglo a su propia  medida y  tienen su valor en su  individualidad,



                es  en  cierto  aspecto el  ejemplo más  puro de  la  concepción  román­


                tica de  la historia con su personificación de  las  fuerzas  históricas.


                           En realidad, las creaciones más significativas y extensas del es­


                píritu  humano  casi  nunca  representan  el  resultado  de  una  evolu­



                ción  rectilínea y dirigida de antemano a  una  meta fija.  Ni  la épica


                homérica y  la  tragedia ática,  ni  el  estilo arquitectónico gótico y el


                arte  de  Shakespeare  constituyen  la realización  de  un  propósito ar­



                tístico uniforme y  unívoco,  sino que son  la consecuencia casual de


                necesidades  especiales, condicionadas por el  tiempo  y  el  espacio, y


                de  toda una serie  de medios  dados,  a  menudo extrínsecos  e  inade­



                cuados. Son, en otras palabras, el producto de graduales  innovacio­


                nes técnicas, que con la misma frecuencia se acercan o se desvían de


                la meta originariamente prevista;  constituye el  resultado de efíme­


                ros motivos  ocasionales,  repentinos caprichos y experiencias perso­



                nales, que muchas veces no tienen absolutamente ninguna relación


                con la tarea propiamente artística.  La teoría de  la  «intención artís­


                tica»  coloca hipostáticamente  como  idea guía el  resultado final  de



                este desarrollo totalmente heterogéneo y nada uniforme.  Pero tam­


                bién  la  doctrina  de  la  «historia  del  arte  sin  nombre»  es,  precisa­


                mente  porque  excluye  las  personalidades  reales  como  factores  in­


                fluyentes  en  el  desarrollo,  sólo  una  forma  de  esta  hipóstasis  que



                personifica las  fuerzas  históricas.  La historia del  desarrollo del  arte


                adquiere a través de ella el carácter de un proceso que sigue sus pro­


                pios principios vitales internos y tolera el triunfo de personalidades



                artísticas  independientes  tan  escasamente  como  un  cuerpo animal


                toleraría la emancipación de  cada uno de sus órganos.  Si  se quiere,


                finalmente,  asegurar  con  el  materialismo  histórico  simplemente


                que en  las  estructuras  históricas  no se  expresa  más que  la peculia­



                ridad de los  medios de producción propios  del  momento,  y que  la


                realidad  económica  tiene en  la historia un predominio  tan absolu­


                to más o menos como la  «intención artística»  o la  «inmanente  ley



                de la forma»  según la interpretación idealista de los románticos, de






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