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Rococó,  clasicismo  y  romanticismo







                   nalidad por el que se guiaban las clases progresistas.  Pero todo esto

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                   cambió  con  las  consecuencias  de  la  Revolución.  Esta  les  hizo  res­



                   ponsables  tan pronto de haber ido demasiado lejos como de haber­


                   se  quedado  demasiado  atrás  con  respecto  a  las  innovaciones,  y  no


                   pudieron  mantener su  prestigio en  aquel  período de  estancamien­



                   to  y  eclipse  de  las  mentes.  Tampoco  disfrutaron  de  la satisfacción


                   de  los  «filósofos»  del  siglo  XVIII,  cuando  estuvieron  de  acuerdo


                   con  la reacción y la sirvieron lealmente.  La mayoría de ellos se vie­


                   ron  condenados  a  carecer  en  absoluto  de  influencia  y  se  sintieron



                   completamente superfiuos.  Se  refugiaron en el pasado, que convir­


                   tieron  en  el  lugar donde se  cumplían  todos  sus deseos  y  todos  sus


                   sueños,  y  excluyeron  de él  toda tensión  entre  idea y  realidad,  yo y



                   mundo,  individuo y sociedad.


                             «El  romanticismo tiene sus raíces en el tormento del mundo,


                   y así se encontrará un pueblo tanto más romántico y elegiaco cuan­


                   to más aciagas sean sus condiciones», dice un crítico liberal del ro­



                   manticismo alemán t79. Los alemanes eran probablemente el pueblo


                   más desgraciado de Europa; sin embargo, inmediatamente después


                   de la Revolución ningún pueblo de Europa -o  al menos la intelec­



                   tualidad  de  ningún  pueblo-  se  sintió  ya  cómodo  y  seguro  en  su


                   propio país.  El sentimiento de  la carencia de patria y de la soledad


                   se  convierte  en  la  experiencia  definitiva  de  la  nueva  generación;



                   toda  su  concepción  del  mundo  era  dependiente  de  ello  y  siguió


                   siéndolo. Este sentimiento asumió innumerables formas y encontró


                   expresión en una serie de intentos de fuga de los  que el volverse al


                  pasado  fue  sólo  el  más  característico.  La  fuga hacia  la  utopía y  los



                   cuentos,  hacia lo inconsciente y lo fantástico,  hacia lo lúgubre y  lo


                   secreto, hacia la niñez y la naturaleza, hacia el sueño y la locura, era


                   una  mera  forma encubierta  y  más  o  menos  sublimada  del  mismo


                   sentimiento,  del  mismo  anhelo  de  irresponsabilidad  e  impasibili­



                   dad,  un  intento  de  huida  de  aquel  caos  y  aquella  anarquía  contra


                   los que el  clasicismo de los  siglos  XVII y  XVIII  luchó  tan  pronto


                   con  furia y  recelo como  con gracia y  agudeza,  pero siempre con  la



                   misma decisión.  El  clasicismo se sintió señor de  la  realidad;  había




                             179 Arnold  Ruge, Die wahre Romantik,  en Ges.  Schriften,  III, pág.  134,  cit. por Cari

                  Schmitc, Politische Romantik,  1925, 2.* ed., pág.  35.






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