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Rococó, clasicismo y  romanticismo








                   mejante desatino? Se hablaba de la dignidad de la razón,  del cono­


                   cimiento,  del  saludable  sentido  común,  del  inteligente  y  sobrio


                   sentido de  los hechos concretos; pero de  la  «diginidad de lo desco­


                   nocido»,  ¿a quién se le hubiera ocurrido algo semejante?  Se quería



                   vencer lo desconocido y hacerlo inofensivo. Ensalzarlo y hacerlo su­


                   perior  al  hombre  hubiera  sido  suicidio  intelectual  y  autodestruc-


                   ción.  Novalis  da aquí no sólo  una definición de  lo romántico, sino



                   también una receta para «romantizar», pues al romántico no le bas­


                   ta con  ser romántico,  sino que  hace del  romanticismo  un  propósi­


                   to  y  un  programa  de  vida.  Quiere  no  sólo  representar  la  vida  de



                   manera  romántica,  sino  adaptarla  al  arte  y  mecerse  en  la  ilusión


                   de una existencia estética utópica.  Pero esta romantización signifi­


                   ca ante  todo  simplificar  y  uniformar  la vida,  liberarla  de  la  tortu­



                   rante  dialéctica  de  toda  esencia  histórica,  excluir  de  ella  todas  las


                   contradicciones  insolubles y  mitigar las oposiciones  racionales  que


                   enfrentan a los sueños ilusos y a las fantasías románticas. Toda obra


                   de  arte  es  una  visión  ensoñada  y  una  leyenda  de  la  realidad,  todo



                   arte coloca  una  utopía en  el  lugar de  la existencia  real,  pero en  el


                   romanticismo el carácter utópico del arte se expresa de manera más


                   pura e  inquebrantable que  en parte alguna.



                              El  concepto  de  la  «ironía  romántica»  se  basa  fundamen­


                   talmente  en  su  idea  de  que  el  arte  no  es  otra cosa que  autosuges­


                   tión  e  ilusión,  y  de  que  nosotros  somos  siempre  conscientes  de  lo


                   ficticio de sus  representaciones.  La definición del arte como  «auto-



                   engaño  consciente»  180 procede  del  romanticismo  y  de  ideas  como


                   la  «suspensión voluntaria de la  incredulidad», de Coleridge  181.  La


                    «conciencia»  y  el  «carácter deliberado»  de esta actitud  eran  toda­



                   vía,  sin  embargo,  un  rasgo  del  racionalismo  ¿lasicista  que  el  ro­


                    manticismo abandona con el tiempo,  sustituyéndolo por la  ilusión


                   inconsciente,  por la anestesia y la embriaguez de los sentidos y por la


                    renuncia a la ironía y la crítica.  El  efecto del  cine ha sido compara­



                   do con el del  alcohol y  el opio,  y  la m ultitud que sale vacilante de


                    la  sala  en  la  noche  oscura  ha  sido  calificada de  borracha  y  aneste­


                   siada,  que  no  puede  ni  quiere  darse  cuenta de  la situación  en  que




                              18() Konrad  Lange, Das Wcsen der Kunst,  1901.


                              181  Coleridge,  B 'tograph'ta literaria,  XIV.





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