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Historia social de la literatura y el arte
concepción del mundo en algo sólido y universalmente válido, a
pesar de su propia subjetividad y su sensibilidad. Esta fue, en efec
to, la gran diferencia básica precisamente entre el prerromanticis-
mo y el romanticismo: que el sentimentalismo del siglo XVIII es
sustituido por una sensibilidad acrecida, por una «irritabilidad del
sentimiento», y que, aunque se derraman todavía lágrimas sufi
cientes, las reacciones emocionales comienzan a perder su valor mo
ral y a descender a estratos culturales cada vez más bajos.
En nada se refleja el desgarramiento del alma romántica tan di
recta y expresivamente como en la figura de «el otro yo», que está
siempre presente en el pensamiento romántico y aparece a lo largo
de toda su literatura en innumerables formas y variantes. El origen
de esta imagen convertida en idea obsesiva es inequívoco: es el im
pulso irresistible a la introspección, la autoobservación maniática y
la necesidad de considerarse a sí mismo constantemente como un
desconocido, un extraño, un forastero incómodo. Tampoco la idea
del «otro yo» es, naturalmente, otra cosa que un intento de fuga, y
expresa la incapacidad del romanticismo para contentarse con su
propia situación histórica y social. El romántico se arroja de cabeza
en el autodesdoblamiento como se arroja en todo lo oscuro y ambi
guo, en el caos y en el éxtasis, en lo demoníaco y en lo dionisíaco, y
busca en ello simplemente un refugio contra la realidad, que es in
capaz de dominar por medios racionales. En la fuga de esta realidad
encuentra lo inconsciente, lo oculto a la razón, la fuente de sus sue
ños ilusos y de las soluciones irracionales para sus problemas. Des
cubre que «en su pecho habitan dos almas», que en su interior algo
que no es él mismo siente y piensa, que lleva su demonio y su juez;
en suma, descubre los hechos básicos del psicoanálisis. Lo irracional
tiene para él la ventaja infinita de no estar sujeto a dominio cons
ciente, y por eso ensalza los instintos oscuros e inconscientes, los es
tados anímicos de ensueño y éxtasis, y busca en ellos la satisfacción
que no puede darle el intelecto seco, frío y crítico.
«La sensibilité n ’est guére la qualité d ’un grand génie... Ce n’est
.
pas son coeur, c’est sa tete qui fait tout», dice todavía Diderot 18<5
lfl6 Diderot, Paradoxe sur le comedien. (Ed. casr., Paradoja del comediante.)