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Rococó, clasicismo y romanticismo
po se disuelve aquel mismo año, pero la escuela continúa. El mo
vimiento, incluso, se concentra y se aclara, se hace más radical y
más inequívoco. Del segundo cénacle, en casa de Nodier, que sur
ge en 1829, desaparecen ya los elementos aún semiclásicos, mien
tras los artistas plásticos se convierten en miembros regulares del
círculo. La unidad completa del movimiento, así como su ten
dencia antiburguesa, que gradualm ente se va convirtiendo en
dogma, se expresan del modo más agudo en el últim o cénacle, que
se reúne en los estudios ocupados por Théophile Gautier, Gérard
de Nerval y sus amigos de la calle de Doyenné. Esta colonia de
artistas es, con su antifilisteísmo y su doctrina de «el arte por el
arte», el vivero de la moderna bohemia.
El carácter bohemio que se acostumbra asociar con el roman
ticismo no fue en absoluto propio del movimiento desde sus co
mienzos. Desde Chateaubriand hasta Lamartine, el romanticismo
francés estuvo representado casi exclusivamente por aristócratas, y
aunque desde 1824 ya no se pronunciaba de modo unánime por la
monarquía y la Iglesia, sin embargo siguió siendo más o menos
aristocrático y clerical. Sólo muy lentamente la dirección del mo
vimiento pasa a manos de plebeyos como Victor Hugo, Théophile
Gautier y Alexandre Dumas, y hasta muy poco antes de la Revolu
ción de Julio no modifican la mayoría de los románticos su actitud
conservadora. Pero la aparición de elementos plebeyos es más bien
un síntoma que la causa de la mutación política. En un principio,
los escritores burgueses se adaptaban al conservadurismo de los
aristócratas, mientras que ahora hasta los escritores nobles, como
Chateaubriand y Lamartine, se pasan a la oposición. La limitación
siempre creciente de los derechos personales bajo Carlos X, la cle-
ricalización de la vida pública, la introducción de la pena de muer
te para la blasfemia, la disolución de la Guardia Nacional y de la
Cámara y el Gobierno mediante decretos, no hacen más que acele
rar la radicaiización de la vida intelectual. Hacen simplemente más
obvio lo que ya desde 1815 era evidente: que la Restauración sig
nificaba el fin de la Revolución.
Los intelectuales se han recuperado ahora finalmente de su
apatía posrevolucionaria; este cambio de ánimo obligó a Carlos X
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