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Rococó, clasicismo y  romanticismo







                   decir  «agua»  y  «tormenta», sino más  bien  «el  húmedo elemento»


                    y  «el  furor de  los  elementos».  La  lucha  en  torno  a  Hernani  se en­


                   cendió como  es sabido a propósito del pasaje:  «Est-il  minuit?  Mi-



                   nuit  bientót.»  Esto sonaba a corriente, a sencillo.  La  respuesta,  se­


                   gún  pensaba Stendhal, hubiera debido ser más  bien:







                                                           ...l'heure


                                                           Atteindra bientót sa derniére demeure.







                              Los defensores del estiio clásico, sin embargo, sabían muy bien


                   de qué se trataba.  El  lenguaje de Victor Hugo no era nuevo en  rea­


                    lidad; en los escenarios de los bulevares no se oía otro que éste.  Pero


                    para  los  clasicistas  era  simplemente  cuestión  de  «pureza»  del  tea­



                    tro literario; ellos no se preocupaban por ios bulevares  ni por la di­


                   versión de las masas. Mientras hubiera un teatro elevado y una poe­


                    sía cuidada,  podía uno desentenderse  tranquilamente  de  lo  que  se



                    representara  en  los  bulevares;  pero  si  se podía  hablar en  el  escena­


                    rio del Théátre-Fran^ais como a uno se  le viniera a  1a  boca,  no  ha­


                    bía  entonces  diferencia  apreciable  ya  entre  los  distintos  estratos



                    culturales  y  sociales.  Desde  Corneille  la  tragedia  había  sido el  gé­


                    nero literario oficia!; se mostraba carta de presentación con una tra­


                   gedia y  se  alcanzaba el pináculo de  ia fama como poeta  trágico.  La


                    tragedia y el  teatro literario eran el dominio de la élite intelectual;



                    mientras  éste  siguiera  inviolado,  podía  uno  sentirse  heredero  del


                    «gran siglo».  Pero ahora se trataba de la invasión del  teatro literario


                    por  una  dramaturgia  basada en  el  teatro  popular,  indiferente  a los



                    problemas psicológicos y morales de la tragedia clásica, y que busca­


                    ba,  en  vez  de  esto,  acciones  movidas,  escenas  pintorescas,  caracte­


                    res  picantes  y  una  descripción  colorista  de  los  sentimientos.  El


                    destino  del  teatro  era  el  tema  del  día;  en  ambos  campos  conten­



                    dientes  se sabía que se trataba de  la conquista de  una posición  cla­


                    ve.  Victor  Hugo,  como  consecuencia  de  su  temperamento  teatral,


                    de su manía por el teatro, de su naturaleza comunicativa y ruidosa,



                    y gracias a su sentido de lo popular, lo trivial y lo brutalmente efec­


                    tista, era el exponente nato, aunque  no precisamente  la fuerza im­


                    pulsiva en  la lucha por conquistar esta posición.






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