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Rococó,  clasicismo y romanticismo







                      fluías,  falsas,  inmorales y peligrosas, y  estaba profundamente con-



                      Vtncido de que  sus  presuntuosos  competidores  no  tenían  ni  tanto


                    1Corazón ni  tanto sentido de  responsabilidad  moral  como él  m .  Fa-


                      |u et  advierte  con  razón  a  este  propósito  que  hay  que  creer  en  los



                      mamarrachos para hacer mamarrachos buenos y de éxito. D ’Ennery,


                      por ejemplo,  era mejor escritor y  persona más  inteligente  que  Pi-


                      lírécourt, pero escribió sus melodramas sin convicción, única y ex­


                      clusivamente para ganar dinero, y por eso ni  siquiera consiguió es­



                      cribir  buenos  melodramas  2l°.  Pixerécourt,  por  el  contrario,  creía


                      Cumplir su propia misión y afirmaba no haber tenido nada que ver


                      COn  la  aparición  del  drama  romántico,  Pero  los  románticos  le  de­



                      bían a él, ante todo, su sentido de las exigencias escénicas y su con-


                      Hcto con los amplios sectores de público. A él debían el papel que


                      desempeñaron en la historia de  ia aparición de la piéce bien faite y a


                      él debió todo el siglo XIX el renacimiento del teatro popular vivo,



                      que, en comparación con el de los siglos  XVII y  XVIII, era cierta­


                      mente poco escogido y a menudo trivial, pero  impidió que el dra­


                      ma, sublimizándose, se convirtiera en  mera literatura.



                                Era destino de este siglo el que cada vez que los elementos poé­


                      ticos se. ponían en vigencia en el drama, su carácter de distracción,


                      mi  eficaciá  escénica  y  su  inmediatez  de  sentimiento  amenazaran


                      marchitarse. Ya en el romanticismo ambos elementos estuvieron en



                      conflicto,  y  su  antinomia  impidió  tanto  el  éxito escénico como  la


                      perforación  poética  del  drama.  Alexandre  Dumas  se  inclinaba  al


                      drama  vigoroso  y  bien  realizado  escénicamente,  y  Victor  Hugo,



                     ni  poema  dramático  de  lenguaje  imponente.  Sus  sucesores  se  en­


                      frentaron  Con  la  misma  elección;  hasta  la  llegada de  Ibsen  no  en­


                     cuentran  las  dos  tendencias  contradictorias  un  equilibrio  armóni­


                      co, aunque transitorio.



                                Inglaterra tuvo su revolución política ya en el siglo XVII, y su


                      revolución  industrial y artística un siglo más tarde;  en la época de


                      la gran polémica entre clasicismo y  romanticismo en Francia, ape­



                      nas quedaba nada en Iglaterra de la tradición clásica. El romanticis­





                                209  Pixerécourt,  Dernieres réflextons sur le mélodrame,  1843,  cit.  por Hartog, op,  cit.,

                     1>;ígs.  231  sig,


                                210 Faguet, op.  cit.,  pág.  318.





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