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Historia social  de  la  literatura y  el  arte







               cíente de ello.  «Después de todo -añadiría probablemente sonrien­



               do—  no va a pasar nada porque  uno  se distraiga  una vez...»  Por el
                       ,

               contrario,  la  concentración  del  poeta  moderno  sobre  el  propio  yo


               está  relacionada  con  una  sobrestimación,  falta  de  todo  humor,  de


               cualquier  manifestación personal,  con  la apreciación  del  más  lige­



               ro pormenor  según  su valor  expresivo  y  con  la pérdida de  aquella


               descuidada facilidad con que los  antiguos poetas  dejaban volar sus



               versos.


                          Para el  siglo  XVIII  la poesía era  la  expresión del  pensamien­


               to; el sentido y la finalidad de la imagen poética eran la explicación


               e  ilustración  de  un contenido  ideal.  En  la poesía  romántica,  por el



               contrario,  la imagen poética no es el resultado, sino la fuente de las


               ideas  212.  La  metáfora  se  vuelve  productiva,  y  tenemos  el  senti­


               miento de que el  lenguaje se  ha vuelto  independiente y está com­



               poniendo por cuenta propia.  Los  románticos  se abandonan  al  len­


               guaje  sin  resistencia,  a  lo que  parece,  y  expresan  de  este  modo  su


               concepción antirracionalista del arte.  La aparición de Kubla Kan de


               Coleridge  puede  haber  sido  un  caso  extremo;  pero,  de  cualquier



               modo,  fue  sintomático.  Los  románticos  creían en  un  espíritu  tras­


               cendente que constituía  el alma del  mundo y  lo  identificaban con


               la espontánea fuerza creadora del lenguaje.  Dejarse dominar por él



               era considerado por ellos  como  signo  del  más alto genio  artístico.


               Platón  había hablado ya del  «entusiasmo», de la divina exaltación


               del  poeta,  y  la  creencia  en  la  inspiración  había aparecido  siempre


               que poetas y artistas habían querido darse aires de casta sacerdotal,



               Pero ahora se descubre  en  la inspiración, por primera vez,  una lla­


               ma que se enciende por sí misma, una luz que tiene su fuente en el


               alma del propio poeta.  El origen divino de la inspiración era ahora



               un atributo meramente formal y no sustancial; no trae el alma nada


               que no estuviera ya allí.  De este modo se mantienen ambos princi­


               pios, el divino y el poético-individual, y el poeta se convierte en su


               propio dios.



                          El panteísmo  extático de  Shelley es  el  paradigma de  esta au«


               todeificación.  Falta  en  él  toda  huella  de  devoción  olvidada  de  sí


               mismo, toda disposición a entregarse y desaparecer ante un ser más



                          212C.  Day Lewis,  The Poetic Ijnage,  1947,  pág.  54.






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