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Rococó, clasicismo y romanticismo
una acusación al mundo circundante, acusación quejumbrosa, auto-
justificante y llena de piedad para consigo mismo.
Byron superficializa y trivializa el problema vital del roman
ticismo; hace del desgarramiento espiritual de su tiem po una
moda, un vestido mundano del alma. Por él, el desasosiego y la in
decisión románticos se convierten en una epidemia, en la «enfer
medad del siglo»; el sentimiento de aislamiento, en un culto re
sentido de la soledad; la pérdida de la fe en altos ideales, en
individualismo anárquico; la fatiga cultural y el tedio de la vida,
en un coqueteo con la vida y 1a muerte. Byron presta a la maldi
ción de su generación un encanto tentador y hace de sus héroes per
sonajes exhibicionistas que muestran públicamente sus heridas,
masoquistas que se cargan públicamente de culpa y de vergüenza,
flagelantes que se atormentan con autoacusaciones y angustias de
conciencia y reconocen sus acciones buenas y malas con el mismo
orgullo intelectual.
El héroe de Byron, este sucesor tardío del caballero andante,
que es tan popular y casi tan osado como el héroe de la novela de
caballerías, domina la literatura de todo el siglo XIX y encuentra
su degeneración todavía en las películas de criminales y pistoleros
de nuestros días. Ciertos rasgos del tipo son muy viejos, es decir
por lo menos tan viejos como la novela picaresca. Pues están ya en
el forajido, que declara la guerra a la sociedad y es enemigo mortal
del grande y del poderoso, pero amigo y bienhechor del débil y el
pobre, que parece desde fuera duro y desagradable pero que al fin
demuestra ser ingenuo y generoso, y al cual, en una palabra, sólo la
sociedad le ha hecho como es. Desde los días del Lazarillo de Tor-
mes a Humphrey Bogart, el héroe de Byron señala simplemente
una estación intermedia. El picaro se había convertido ya mucho
antes de Byron en un vagabundo incansable que seguía en su ca
mino la dirección de las altas estrellas, eterno extranjero entre los
hombres, que buscaba su felicidad y no ía encontraba, amargo mi
sántropo que llevaba su destino con el orgullo de un ángel caído.
Todos estos rasgos se daban ya en Rousseau y Chateaubriand, y en
la imagen dibujada por Byron no son nuevos más que los rasgos de
moníacos y narcisistas.
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