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Historia social de la literatura y el arte
anímicas, no está tan disgregado como el siglo XIX. El siglo XVIII
es dogmático -incluso en su romanticismo hay un rasgo dogmáti
co— mientras que el siglo XIX es escéptico y agnóstico. Los hom
,
bres del siglo XVIII pretenden alcanzar en todo, incluso en su
emocionalismo y en su irracionalismo, una doctrina formulable y
una visión del mundo completamente definible; son sistemáticos,
filósofos, reformadores; se deciden por o contra una cosa, y con fre
cuencia tan pronto por como contra ella, pero adoptan una actitud,
siguen unos principios y se rigen por un plan tendente al perfec
cionamiento de la vida y del mundo. Los representantes intelec
tuales del siglo XIX, por el contrario, han perdido su fe en los sis
temas y los programas y descubren el sentido y el objeto del arte
en ia entrega pasiva a la vida, a la acomodación al ritmo de la vida
misma y en el mantenimiento de la atmósfera y el ambiente de la
existencia. Su fe consiste en una afirmación irracional e instintiva
de la vida; su moral, en un compromiso con la realidad. No quie
ren ni reglamentar ni superar la realidad; quieren vivirla y reflejar
su experiencia de forma tan directa, fiel y completa como sea posi
ble. Tienen el sentimiento invencible de que la existencia y el pre
sente, los contemporáneos y el entorno, las experiencias y los re
cuerdos se escapan de ellos constantemente, cada día y cada hora, y
se pierden para siempre. El arte se convierte para ellos en una per
secución del «tiempo perdido», de la vida inabarcable y siempre
fluyente. Las épocas del naturalismo sin concesiones no son los si
glos en ios que se cree dominar la realidad de manera firme y se
gura, sino aquéllos en los que se teme perderla; por esto es el siglo
XIX el siglo clásico del naturalismo.
Delacroix y Constable están en el umbral del nuevo siglo. Son
todavía en parte expresiones románticas que luchan por la expre
sión de sus ideas, pero en parte son ya impresionistas que tratan de
detener la materia fugitiva y no creen en ningún equivalente per
fecto de la realidad. Delacroix es el más romántico de los dos; si se
lo compara con Constable, se verá del modo más claro qué es lo que
une al clasicismo y al romanticismo en una unidad histórica y los
diferencia del naturalismo. Frente al naturalismo, las dos tenden
cias estilísticas anteriores tienen en común sobre todo el que am-
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