Page 237 - Hauser
P. 237

Historia social de  la literatura y el arte







                el humanismo clásico-romántico más fácilmente que Delacroix y se


                convierte en el primer paisajista moderno, mientras que Delacroix



                sigue  siendo  fundamentalmente  «pintor de  historia».  Pero ambos


                son  en  la  misma medida encarnación  del espíritu  del  nuevo siglo,


                a  través  de  su  actitud  cientificista ante  los  problemas  pictóricos  y


                del  predominio  que  conceden  a  la  óptica  sobre  la visión.  El  desa­



                rrollo del estilo  «pictórico», que en  Francia comenzó con Watteau


                y fue interrumpido por el clasicismo del siglo XVIII, es recogido y


                proseguido  por  Delacroix.  Rubens  revoluciona  la pintura francesa



                por segunda vez; por segunda vez emana de él  un sensualismo irra­


                cional,  anticlasicista.  La  frase  de  Delacroix de que  un  cuadro debe


                ser ante todo una fiesta para los ojos  225  fue  también el  mensaje de


                Watteau  y sigue  siendo  hasta  el  fin  del  impresionismo el  Evange­



                lio de la pintura.  La vibrante dinámica,  el  movimiento de líneas y


                formas, la barroca conmoción de ios cuerpos y la disolución del co­


                lorido local  en  sus  componentes,  todo  esto  no es sino  instrumento



               de este sensualismo que hace ahora posible la combinación del ro­


                manticismo con el  naturalismo, y opone ambos  al  clasicismo.


                          Delacroix  era  todavía  hasta  cierto  punto  una  de  las  víctimas



               del mal du siecle.  Sufrió profundas depresiones de ánimo, conoció la


                indecisión  y  el vacío  y  luchó  contra un  indefinible  tedio.  Era me­


               lancólico, descontentadizo y padecía un eterno sentimiento de im­


               perfección. Le atormentó durante toda su vida aquel estado de áni­



               mo  en  que  Géricault  se  encontraba  en  Londres  y  a  propósito  del


               cual  escribía a  su  hogar:  «Haga lo que  haga,  siempre desearía  ha­


               ber hecho otra cosa»  226. Delacroix estaba tan profundamente arrai­


               gado en el sentimiento romántico de la vida que ni siquiera las más



               brutales  tentaciones  de  éste  le  fueron  ajenas.  Basta pensar  en  una


               obra como Sardanápalo (1829) para darse cuenta del lugar que ocu­


               paba en su  mundo de  ideas  el  diabolismo  teatral  y el  moloquismo



               propios  de  la concepción  romántica.  Sin  embargo,  luchó  contra el


               romanticismo  como  actitud  ante  la  vida,  admitió  a  sus  represen­


               tantes sólo  con grandes  reservas,  y  lo aceptó  como  dirección artís­


               tica a causa ante todo de la mayor amplitud de su repertorio temá­





                          223  «Le prem ier  mérite cTun  rableau est d'étre une fete pour  l’oeil.»

                         226 Delacroix, Journal.  Especialmente la nota de  26 de abril de  1824.





                                                                                  238
   232   233   234   235   236   237   238   239   240   241   242