Page 25 - Hauser
P. 25
Historia social de la literatura y el arte
como es notorio. Pero, naturalmente, semejantes motivos no están
en concordancia con el carácter oficial del gran arte de la época ba
rroca. En representaciones pictóricas de carácter decorativo, o en
una novela o en la ópera o el ballet son admisibles todavía, pero en
una gran pintura representativa estarían tan fuera de lugar como
en una tragedia. «Dans un román frivole aisément tout s’excuse...
Mais la scéne demande une exacte raison» 28. Sin embargo, lo pas
toril adquiere en la pintura, tan pronto como ésta toma posesión de
aquello, una sutileza y una profundidad como nunca las tuvo en la
poesía, donde fue siempre un género de segunda categoría. Como
género poético representó desde el primer momento una creación
extremadamente artificiosa y continuó siendo posesión exclusiva de
generaciones cuya relación con la realidad era totalmente reflexiva.
La situación bucólica en sí fue siempre un pretexto exclusivamen
te, nunca el objeto propio de la representación, y tuvo continua
mente, por tanto, carácter más o menos alegórico, pero nunca sim
bólico. En otras palabras, lo pastoril tenía un sentido totalmente
inequívoco y dejaba poco campo a la interpretación. Se agotó pron
to, no tenía secreto alguno tras de sí y ofrecía incluso a un poeta
como Teócrito una imagen de la realidad bastante indiferenciada,
aunque inusitadamente atractiva. Nunca pudo superar (as limita
ciones de la alegoría y resultaba un mero juego, sin tensión, super
ficial. Watteau es el primero que consigue darle profundidad sim
bólica, y, precisamente, eliminando todos aquellos rasgos que no
podían ser considerados como réplica simple e inmediata de la rea
lidad.
El siglo XVIII, por su propia índole, condujo a un renaci
miento de lo pastoril. Para la literatura, la fórmula se ha vuelto de
masiado estrecha, pero en la pintura no se había usado aún y se
puede comenzar de nuevo. Las clases altas vivían en medio de for
mas sociales extremadamente artificiales, que sublimizaban com
plicadamente las relaciones cotidianas; pero no creían ya, sin em
bargo, en el profundo sentido de estas formas y les daban el valor
de meras reglas de juego. Una regla de juego del amor de esta cía
28 Boileau, L A rt poéttque, III> vs. 119 sigs.
30