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Rococó, clasicismo y romanticismo
se era la galantería, lo mismo que lo pastoril fue en todo momento
una fórmula deportiva del arte erótico. Ambas querían dominar el
amor, desnudarlo de su salvaje inmediatez y su pasionalidad. Nada
más natural, por tanto, que lo pastoril alcanzara la cima de su de
sarrollo en el siglo de la galantería. Pero así como los vestidos que
llevaban las figuras de Watteau no se pusieron de moda hasta la
muerte del maestro, tampoco el género de la fete galante encontró
un público más amplio hasta el rococó tardío. Lancret, Pater y
Boucher gozaron los frutos de una innovación que ellos mismos no
habían hecho sino trivializar. El propio Watteau no fue durante
toda su vida sino el pintor de un círculo relativamente pequeño: los
coleccionistas Julienne y Crozat, el arqueólogo aficionado conde
Caylus y el comerciante en arte Gersaint fueron los únicos segui
dores realmente fieles de su arte. La crítica contemporánea lo men
ciona rara vez, y la mayor parte de las veces para censurarle 29 In
cluso Diderot desconoció su significación y le colocaba detrás de
Teniers. La Academia no se le opuso, es cierto, aunque frente a un
arte como el suyo defendió la jerarquía tradicional de ios géneros y
permaneció en su menosprecio de los petits genres. Pero ella no era
en manera alguna más dogmática que el público culto en general,
que, al menos en teoría, se regía todavía por la doctrina clásica. En
codas las cuestiones prácticas, la actitud de la Academia era suma
mente liberal. El número de miembros era ilimitado, y la admisión
no estaba en manera alguna condicionada por la aceptación de su
doctrina. Ciertamente, no era tan condescendiente por propio im
pulso, pero reconocía de todas formas que en aquella época de efer
vescencias e innovaciones sólo podía mantener su existencia por
medio de semejante liberalismo ,0. Watteau, Fragonard y Chardin
fueron recibidos sin dificultad como miembros de la Academia, lo
mismo que todos los otros artistas famosos del siglo, fuera la que
fuere la dirección a que estuvieran adscritos. Efectivamente, la Aca
demia representaba como siempre el grand goút, pero en la práctica
sólo un pequeño grupo de sus miembros mantenían este principio.
Aquellos artistas que no podían contar con encargos oficiales y te
29 Pierre Marcel, op. cit.. pág. 299-
30 Nikolaus Pevsner, Academies of Art, 1940, pág. 108.
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