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Historia social de  la  literatura y  el  arte








                   co  lector.  Nunca  ha  sido  un  arte  tan  unánimemente  reconocido


                   por tan diferentes estratos sociales y culturales, y recibido con sen­


                   timientos tan similares.  Incluso un Sainte-Beuve alaba en el autor



                   de Los misterios de Varis  cualidades  cuya ausencia  lamenta en  Bal-


                   zac.  La difusión del socialismo y el crecimiento del público lector


                   van  de  la  mano,  pero  la actitud  democrática  de  Eugéne  Sue  y  su


                   fe  en  ei  fin  social  del  arte  explican  sólo  parcialmente  el  éxito  de



                   sus  novelas.  Por  otra  parte,  resulta  original  oír  al  favorito  de  un


                   enorme  público,  integrado  en  gran  parte  por  elementos  burgue­


                   ses, hablar con entusiasmo del  «noble  trabajador»  y cronar contra



                   las  «crueldades  del  capitalismo».  El  fin  humanitario  que  persi­


                   gue,  el  descubrimiento  de  las  heridas  del  cuerpo  social  enfermo


                   que  se  impone  como  tarea  en  sus  obras,  explican  mejor  que  nin­


                   guna otra  cosa  la simpatía con  que fue  tratado por  la prensa pro­



                   gresista:  el  Globe,  la Démocratie Pacifique,  la  Revue Indépendante,  la


                   Phallange y sus correligionarios.  La mayoría de sus  lectores proba­


                   blemente  sólo  le  toleran  su  tendencia  socialista.  Sin  embargo,  es



                   indudable  que  incluso  a  esta  parte  del  público  le  parece  la  cosa


                   más  natural  el  manejo  literario  de  los problemas  sociales del  día.


                   La  idea,  repetida  por  Madame  de  Stael,  de  que  la  literatura es  la


                   expresión  de  la  sociedad,  encuentra  aceptación  general  y  se  con­



                   vierte  en  axioma  para  la crítica  literaria  francesa.  Desde  1830  es


                   norma  juzgar  una obra  literaria desde  el  punto  de vista de  su  re­


                   lación con ios problemas de actualidad política y social, y, con ex­



                   cepción del grupo relativamente pequeño del movimiento del arte


                   por el  arte,  nadie  se  escandaliza  de  ver  el  arte  subordinado a  los


                   ideales  políticos.  Probablemente  no  ha habido  ninguna otra épo­


                   ca  en  la  que  se  haya  cultivado  tan  poco  una  estética  puramente



                   formal,  no utilitaria 21.


                             Hasta 1848, la mayoría de las creaciones artísticas y las más im­


                   portantes de ellas pertenecen a la escuela activista; después de  1848,



                   a la quietista.  La desilusión de Stendhal  es  todavía agresiva,  extro­


                   vertida,  anarquista,  mientras  que  la resignación de  Flaubert es pa­


                   siva, egocéntrica y nihilista. Incluso dentro del romanticismo, la co­








                             21  Ch.-M.  des  Granges,  La presse littéram  sous la Restauraron,  1907, pág.  22.





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