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Historia  social de  la literatura y  el  arte







                  naturalismo la nivelación absoluta de todos los datos de la realidad,



                  el mismo criterio de verdad en todas las partes de la obra de un ar­


                  tista, entonces se dudará en llamarle naturalista.  Pues  se debe más


                  bien  hacer  constar  que  su  fantasía  romántica  y  su  inclinación  al


                  melodrama le empujan constantemente, y que con frecuencia esco­



                  ge  no sólo  los caracteres  más excéntricos  y  las  situaciones  más  in­


                  verosímiles,  sino  que  construye  también  los  escenarios de  sus  his­


                  torias  de  tal  manera  que  es  imposible  imaginarlos  en  concreto,  y



                  que  sólo  por el  color  y  las  notas  de  la  descripción  contribuyen  al


                  efecto  que  se  pretende  lograr  sobre  el  ánimo.  Clasificar  a  Balzac


                  como  naturalista pura y  simplemente puede conducir solamente a


                  desilusiones.  No tiene sentido ni objeto compararlo como psicólo­



                  go o pintor  de ambiente con  los maestros  de  la novela naturalista


                  posterior, con Flaubert o Maupassant, por ejemplo.  Si  no se quiere


                  disfrutar  de  su  obra  como  descripciones  de  la  realidad  y  simul­



                  táneamente como  las visiones  más audaces  y violentas,  y se espera


                  de él algo distinto de  la mezcla confusa de estos elementos,  nunca


                  se  encariñará  uno  con  él.  El  arte  de  Balzac  está  dominado  por  el


                  apasionado deseo  de  entregarse a  la vida,  pero  debe  relativamente



                  poco a la observación directa:  la mayor parte es inventado, discuti­


                  do, reelaborado en el sentimiento.


                            Toda obra de arte,  incluso la más  naturalista,  es  una  idealiza­



                  ción de la realidad, una leyenda, una especie de utopía. Aceptamos,


                  incluso  en  el  estilo  más  anticonvencionalista,  ciertas  caracterís­


                  ticas,  como, por ejemplo,  los  colores  claros  y  las  manchas sin con­


                  torno  de  la  pintura  impresionista,  o  el  carácter  incoherente  e  in­



                  consecuente  de  la  novela  moderna,  admitiéndolos  de  antemano


                  como verdaderos y apropiados. Pero la descripción que Balzac hace


                 de la realidad es todavía más caprichosa que la de la mayoría de los



                  naturalistas.  Despierta  la  impresión  de  fidelidad  a  la vida  princi­


                 palmente por el despotismo con que somete a los lectores a su hu­


                  mor y por la microcósmica totalidad de su mundo ficticio, que ex­


                  cluye  de  antemano  la  competencia  de  la  realidad  empírica.  Sus



                 figuras  y  escenarios  parecen  tan  auténticos  no  porque  los  rasgos


                 particulares  con  que  son  descritos  correspondan  a  la  experiencia


                  real, sino porque están dibujados tan aguda y  circunstancialmente







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