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Historia social de ia literatura y el arte
parte cruda que apenas si tienen nada que ver con los principios
clásicos del «nada más y nada menos» y la traslación de los datos
de la realidad a un mismo plano, la obra de arte como conjunto es
siempre una ficción; incluso las creaciones más completas del arte
están llenas de elementos caóticos y dispares, pero las obras de Bal
zac son simplemente el ejemplo clásico de la evasión de los man
damientos de todas las reglas estéticas. Si se toman como patrón las
obras clásicas, se encontrarán en ellas las transgresiones más fla
grantes de los mandamientos más liberales del arte. Aun estando
bajo su hechizo, cuando arden todavía en el alma las furias auto-
destructivas de sus figuras, 1a tormenta de las escenas y las terri
bles palabras de sus rebeldes y desesperados, hay que admitir que
en estas obras está «equivocado» casi todo lo racionalmente anali
zable. Hay que admitir que Balzac no puede ni componer ni desa
rrollar limpiamente una acción, que con frecuencia sus caracteres
están compuestos tan borrosamente y son tan heterogéneos como
sus ambientes y escenarios, que su naturalismo no es sólo incom
pleto, sino también incorrecto, que su psicología a veces no sólo es
inverosímil, sino también torpe y sumaria. Y, sobre todo, no debe
ocultarse que junto a estas deficiencias hay también atroces faltas
de gusto; que nuestro autor carece de toda autocrítica y que para él
cualquier medio es bueno para sorprender y subyugar al lector; que
ya no posee nada de la cultura del siglo XVIII, de su discreción, de
su carácter accesorio, elegante y frívolo; que su gusto está a la al
tura del público de la novela de folletín, y por cierto de la peor; que
para él nada resulta demasiado recargado, exagerado ni amanerado;
que es incapaz de expresar sin énfasis y sin superlativos cualquier
cosa que le afecte cordialmente; que tiene la boca siempre llena,
que es fanfarrón y mareante, que es tan charlatán aborrecible cuan
do quiere darse aires de erudito y filósofo, y que, como pensador,
lo es más grande cuando menos lo piensa, cuando piensa y razona
espontáneamente de su sentido de la vida según sus intereses per
sonales y su situación histórica.
Pero lo que causa un efecto más desastroso es la falta de gus
to de su estilo: su confuso torrente de palabras, su burda solemni
dad, sus metáforas afectadas y pomposas, su entusiasmo siempre
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