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Naturalismo e  impresionismo








                 tística.,  si  no un dejarse llevar, por  lo menos un dejarse guiar; aho­


                 ra, to d a  obra da la impresión de ser un tour de forcé,  una hazaña que


                 se logia  luchando contra uno mismo.  Faguet observa que Flaubert



                 escribe  sus  cartas en  un estilo distinto por completo del de sus  no­


                 velas,  y que el buen estilo y el lenguaje correcto en modo alguno le


                 son  familiares  y  naturales91.  Nada  ilumina  más  claramente  la dis­


                  tancia que existe en Flaubert entre el  hombre natural y artista que



                 esta constatación.  Hay pocos escritores de cuyos métodos de traba­


                  jo  sepamos  tanto  como  del  suyo,  pero  con  toda  seguridad  no  hay


                  ninguno  que  haya escrito  sus  obras  con  tal  tortura,  con  tales  con­



                  vulsiones y  tan  en  contra  de  sus  propios  instintos  como él.  Su  lu­


                  cha constante con el lenguaje, su lucha por la palabra exacta, la úni­


                  ca exacta, es, sin embargo, sólo un síntoma, el signo de la distancia


                  insalvable  entre  la  «posesión»  de  la vida y  la  «expresión»  de  ella.



                  No  hay  ninguna  «única auténtica»  palabra,  lo mismo  que  no  hay


                  una  única forma auténtica;  estas  cosas son  invenciones  de los este­


                  tas,  para  los  que  se  ha perdido  la  función vital  del  arte.  «Prefiero



                  reventar como  un perro a  apresurar  ni  siquiera en  un  instante  mi


                  frase antes de que  esté madura»;  así no habla un  escritor que haya


                  tenido  con  su  obra  una  relación espontánea y humana.  El  Shakes­


                  peare  de  Matthew Arnold  sonreiría ante  semejantes  escrúpulos  en



                  los Campos Elíseos.  Quejas  sobre  la lucha diaria que  aturde el  co­


                  razón,  la cabeza y los nervios, sobre la existencia de condenado a ga­


                  leras  que  lleva,  son  el  tema  de  las  cartas  de  Flaubert.  «Hace  tres



                  días  que doy vueltas en torno a mis muebles para ver si se me ocu­


                  rre  algo»,  escribe  en  1853 a Louise Coiet92.  «No puedo ya distin­


                  guir  los  días  de  la semana unos de otros...  Llevo  una vida absurda


                  de demente...  Esto  es  la  nada pura y  absoluta»,  escribe  en  1858  a



                  Ernest  Feydeau93:  «Usted no sabe lo que es estar todo el día con la


                  cabeza  entre  las  manos  para sacar una palabra del  pobre  cerebro»,


                  escribe en  1866 a George Sand94. En sus jornadas regulares de sie­



                  te horas de trabajo escribe una página diaria,  luego veinte páginas






                          .  91  Émile Faguet, Flaubert,  1913, pág.  145.

                             92  Corresp.,  II, pág.  237.

                             95  Ibid., III, pág.  190.


                             94  Ibid.,  III, pág. 446.





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