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Historia social  de la  literatura y el  arte







                         niarivaudage su diálogo brillante, chispeante y saltarín, lo cual no se



                         estimaba ciertamente como una aprobación, aunque con razón afir­


                         ma Sainte-Beuve que no es una bagatela el que el nombre de un es­


                         critor  se  convierta  en  dicho  corriente.  Y  si  se  quiere  dar  con  res­



                         pecto a Marivaux la explicación -que no es tal explicación- de que


                         era demasiado grande para su tiempo y que el gran arte  «va contra


                         los  instintos  de  los  hombres»,  semejante  explicación  no  es  válida



                         para Marivaux,  que no fue un gran  escritor.  Ambos  eran  los  repre­


                         sentantes  de  una  época  de  transición  y  no  fueron  comprendidos,


                         pero  esto  no  tenía  relación  alguna  con  su  categoría  artística,  sino


                         que  era  efecto  de  su  papel  histórico  de  antecesores  y  precursores.



                         Artistas  de  esta  clase  no  encuentran  nunca  un  público  adecuado.


                         Sus  contemporáneos  no los comprenden  todavía,  la generación  in­


                         mediata disfruta de  sus  ideas artísticas  habitualmente  en  la  forma



                         diluida de los epígonos, y las generaciones ulteriores, que saben  tal


                         vez apreciar  sus  obras,  apenas  pueden  salvar  la distancia  histórica


                         en que se les muestran.  Así,  tanto Watteau como Marivaux no son


                         descubiertos  hasta  el  siglo  XIX,  por  un  gusto educado por el  im­



                         presionismo,  en  una época en  que su arte está,  en  lo  temático,  pa­


                         sado de moda hace mucho tiempo.


                                   El  rococó  no es  un arte regio, como lo era el  Barroco,  sino un



                         arte de la aristocracia  y  de  la alta clase  media.  Los  patronos priva­


                         dos desplazan a  los  reyes y a las ciudades  de  la actividad  construc­


                         tora,  y  en  vez  de  castillos  y  palacios  se  construyen  hotels  y petites


                         maisons; al frío mármol y al pesado bronce de las estancias solemnes



                         se prefieren  la intimidad y la gracia de ios cabinets y bnudoirs;  el co­


                         lorido  serio y  solemne, el  castaño y  la púrpura, el  azul oscuro y el


                         oro se sustituyen por los claros colores al pastel, por el gris y el pla­



                         ta, el verde reseda y el  rosa. El  rococó gana, en oposición al arte de


                         la Regencia, en preciosismo y elegancia, en atractivo juguetón y ca­


                         prichoso,  pero  ai  mismo  tiempo  en  ternura  e  intimidad  también;


                         evoluciona,  por  un  lado,  hacia  el  arte  mundano  por  excelencia,



                         pero, por otro, se acerca ai gusto burgués por ias formas diminutas.


                         Es  un  arte  decorativo  virtuosista,  picante,  delicado,  nervioso,  que


                         sustituye  al  Barroco  macizo,  estatuario  y  realistamente  espacioso;



                         sin  embargo,  basta  pensar  en  artistas  como  La  Tour  o  Fragonard






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