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Rococó, clasicismo y romanticismo
por ejemplo, puede ser clasificado como escena de la vida burgue
sa, e incluso de la vida de la alta burguesía; en cualquier caso, se
i rata ya de pintura de género y no ceremonial.
La ruptura con el rococó se ha realizado en la segunda mitad
de siglo; la fisura entre el arte de las clases superiores y el de las
( lases medias es evidente. La pintura de Greuze señala el comienzo
no sólo de un nuevo sentimiento de la vida y de una moral nueva,
sino también de un nuevo gusto -si se quiere, de un «mal gusto»—
en el arte. Sus sentimentales escenas familiares, con padres que
maldicen o bendicen, con hijos pródigos o hijos buenos y agrade
cidos, son del mismo valor pictórico. No poseen originalidad en la
composición, ni fuerza en el dibujo, ni atractivo en el color, y tie
nen además un pulimento desagradable en su técnica. Dan la im
presión de fríos y vacíos, a pesar de su exagerado patetismo; de fal
sedad, a pesar de la emoción que aparentan. Son intereses casi
meramente extraartísticos los que tratan de complacer, y describen
sus nada pictóricos asuntos -ia mayor parte de las veces puramen
te narrativos- de manera completamente burda, sin perspectiva y
ópticamente inexpresiva. Diderot ensalza en ellos el que represen
tan lances que contienen en germen novelas enteras 5<í, pero se po
dría afirmar quizá con más razón que no contienen nada que una
narración no pudiera contener. Son pintura «literaria» en el mal
sentido de la palabra, trivial, pintura anecdótica moralizante, y,
como tal, prototipo de la más inartística producción del siglo XIX.
Pero no son en absoluto tan faltos de gusto a causa de su «carácter
burgués», aunque el cambio en los grupos dirigentes del gusto está
relacionado, naturalmente, con un derrumbamiento de las viejas
tablas de valores contrastadas, aunque esquematizadas. Los cuadros
de Chardin, a pesar de su vulgaridad burguesa, pertenecen a lo me
jor que ha producido el arte del siglo XVIII. Y son arte burgués
mucho más auténtico y sincero que las obras de Greuze, las cuales,
con su cliché del pueblo sencillo y casto, su apoteosis de la familia
burguesa y su idealización de la joven ingenua, son más bien la ex
presión de los sentimientos e ideas de las clases superiores que de
36 Díderoc, Oeuvres, 1821, VIII, pág. 243.
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