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Historia social de ia literatura y el arce
mo rococó prepara la nueva alternativa en la que se descompone el
clasicismo del Barroco tardío, y con su estilo pictórico, con su re-
ceptibilidad pintoresca y su técnica impresionista crea un instru
mento que es mucho más adecuado a la expresión del sentimiento
del arte burgués que al idioma del Renacimiento y del Barroco. La
misma capacidad expresiva de este instrumento conduce a la diso
lución del rococó, que propiamente está en la más aguda oposición
al sentimentalismo y al irracionalismo. Sin esta dialéctica de los
medios y las intenciones originales, que se desarrollan más o me
nos automáticamente, es imposible comprender el sentido del ro
cocó; hasta que no se lo considera como resultado de esta antítesis
que corresponde al antagonismo de la sociedad contemporánea y que
lo hace mediador entre el Barroco cortesano y el prerromanticismo
burgués, no se hace justicia a su compleja naturaleza.
La cultura epicúrea del rococó, con su sensualismo y su este
ticismo, está entre el estilo ceremonial del Barroco y el lirismo ro
mántico. La nobleza cortesana glorificaba todavía bajo Luis XIV un
ideal de vida heroico y racional, aunque en realidad no vivía en su
mayor parte sino para sus placeres. La misma nobleza profesa bajo
Luis XV un hedonismo que corresponde también al concepto del
mundo y al tono de vida de la rica burguesía. La expresión de Ta-
lleyrand -«Q uien no ha vivido antes de 1789 no conoce la dulzu
ra de la vida»—puede darnos una idea de la existencia que llevaban
estas clases sociales. Por «dulzura de la vida» se entiende, natural
mente, «la dulzura de las mujeres»; ellas son, como en toda cultu
ra epicúrea, la diversión preferida. El amor ha perdido tanto su «sa
ludable» impulsividad como su dramático apasionamiento; se ha
hecho refinado, divertido, dócil, y ha pasado de ser una pasión a ser
una costumbre. Se quiere siempre y sobre todo ver desnudos; el
desnudo viene a ser el tema preferido de las artes plásticas. Donde
quiera que se mire, en los frescos de las estancias palaciegas, en los
gobelinos de los salones, en las pinturas de ios boudoirs, en los gra
bados de los libros, en los grupos de porcelana y en las figuras de
bronce de las chimeneas, se ven por todas partes mujeres desnudas,
turgentes muslos y caderas, senos al aire, brazos y piernas en abra
zo estrecho, mujeres con hombres, y mujeres con mujeres, en va-
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