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Historia social de la literatura y el arte
La serie de triunfos comenzó para Dickens con su primera
obra larga, Los documentos postumos del club Pickivick, de los que se
vendían 40.000 ejemplares en entregas en separata a partir del de
cimoquinto número. Este éxito decidió el estilo de comercio de li
brería en que había de desenvolverse la novela inglesa en el cuarto
de siglo siguiente. El poder de atracción del autor, que se había
convertido en famoso de pronto, nunca se debilitó a lo largo de su
carrera. La gente siempre estaba ansiosa de más, y él trabajaba casi
tan febrilmente y sin aliento como Balzac para hacer frente a la
enorme demanda. Ambos colosos se corresponden; son exponentes
de la misma prosperidad literaria, surten al mismo público ham
briento de libros que, después de las agitaciones de una época lle
na de inquietud revolucionaria y de desilusiones, busca en el mun
do ficticio de la novela un sustituto de la realidad, un puesto de
señales en el caos de la vida, en compensación por las ilusiones per
didas. Pero Dickens penetra en círculos más amplios que Balzac.
Con ayuda de las entregas mensuales baratas gana para la literatu
ra a una clase complementaria nueva, una clase de gente que nun
ca había leído novelas antes y junto a la cual los lectores de la an
tigua literatura novelística parecen otros tantos espíritus selectos.
Una mujer dedicada a las faenas domésticas cuenta cómo donde
ella vivía la gente se reunía el primer lunes de cada mes en casa de
un vendedor de rapé y tomaba té a cambio de una pequeña suma;
después del té el dueño leía en voz alta la última entrega de Dom-
bey y todos ios parroquianos de la casa eran admitidos a la lectura
sin pagar nada l4°. Dickens era un proveedor de novelas ligeras para
las masas, el continuador del viejo «hombre del saco» y el inven
tor de la moderna novela «terrorífica» 141, es decir el autor de libros
que, aparte de su calidad literaria, correspondían en todos los as
pectos a nuestros best-sellers. Pero sería injusto suponer que escribió
sus novelas meramente para las masas sin educar o educadas a me
dias; una sección de la alta burguesía, e incluso de la intelectuali
dad, formaba parte de su público entusiasta. Sus novelas eran la
literatura de actualidad, del mismo modo que el cine es el «arte
140 Amy Cruse, The Víctorians and their Books, 1936, 2.a ed., pág. 158.
141 Osbert Sítwell, Dickens, 1932, pág. 15.
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