Page 490 - Hauser
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Bajo el signo del cine
ción romántica. A partir del romanticismo, toda la evolución de la
literatura había consistido en una controversia con las formas de
lenguaje tradicionales y convencionales, de manera que la historia
literaria del último siglo es, en cierta medida, la historia de la re
novación del lenguaje mismo. Pero mientras que el siglo XIX bus
ca siempre meramente un equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, en
tre las formas tradicionales y la espontaneidad del individualismo,
el dadaísmo pide la completa destrucción de los medios de expre
sión corrientes y gastados. Exige una expresión enteramente es
pontánea, y por ello basa su teoría del arte en una contradicción.
Porque ¿cómo ha de ser uno mismo entendido -lo cual, de todos
modos, intenta hacer el surrealismo-, si, al mismo tiempo, niega y
destruye todos los medios de comunicación?
El crítico francés Jean Paulhan distingue entre dos diferentes
categorías de escritores, según su relación con el lenguaje9. Llama a
los destructores de la lengua -es decir, los románticos, simbolistas
y surrealistas, que quieren destruir el lugar común, las formas con
vencionales y los clichés ya listos, y borrarlos del lenguaje por com
pleto, refugiándose de los peligros de la lengua en la inspiración
pura, virginal y originaria—«terroristas». Éstos luchan contra toda
consolidación y coagulación de la vida viviente, fluyente e íntima
de la mente, contra toda exteriorización e institucionalización, en
otras palabras, contra toda «cultura». Paulhan los vincula a Berg-
son y constata la influencia del intuicionismo y la teoría del élan vi
tal en su intento de mantener el carácter directo y la originariedad
de la experiencia espiritual. El otro campo, es decir los escritores
que conocen perfectamente bien que los lugares comunes y clichés
son el precio del mutuo entenderse y que la literatura es comuni
cación, es decir lengua, tradición, forma «desgastada» y por lo mis
mo sin problemas, e inmediatamente inteligible, son por él llama
dos «retóricos», artistas oratorios. Considera la actitud de éstos
como la única posible, dado que el establecimiento consecuente del
«terror» en la literatura significaría el silencio absoluto, esto es, el
suicidio intelectual del cual los surrealistas sólo pueden salvarse
9 Jean Paulhan, Les fleurs de Tarbes, 1941.
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