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Bajo el signo del cine







                   ción  romántica.  A partir del romanticismo, toda la evolución de la



                   literatura  había  consistido  en  una  controversia  con  las  formas  de


                   lenguaje  tradicionales y  convencionales, de manera que  la  historia


                    literaria  del  último siglo es,  en  cierta medida,  la historia de  la  re­



                   novación del lenguaje mismo. Pero mientras que el siglo XIX bus­


                   ca siempre meramente  un equilibrio entre  lo viejo y  lo nuevo, en­


                    tre las formas tradicionales y la espontaneidad del  individualismo,



                    el  dadaísmo  pide la completa destrucción de  los  medios de expre­


                    sión  corrientes  y  gastados.  Exige  una  expresión  enteramente  es­


                   pontánea,  y  por  ello  basa  su  teoría del  arte  en  una  contradicción.


                    Porque  ¿cómo  ha de  ser  uno  mismo  entendido -lo  cual,  de  todos



                    modos,  intenta hacer el surrealismo-, si, al mismo tiempo, niega y


                    destruye todos los medios de comunicación?


                              El crítico francés Jean Paulhan distingue entre dos diferentes



                    categorías de escritores, según su relación con el lenguaje9.  Llama a


                    los destructores de  la lengua -es decir, los románticos, simbolistas


                    y surrealistas, que quieren destruir el lugar común, las formas con­


                    vencionales y los clichés ya listos, y borrarlos del lenguaje por com­



                    pleto,  refugiándose  de  los  peligros  de  la  lengua  en  la  inspiración



                    pura, virginal y originaria—«terroristas».  Éstos luchan contra toda

                    consolidación  y  coagulación  de  la vida viviente,  fluyente  e  íntima



                    de  la mente,  contra  toda exteriorización e  institucionalización,  en


                    otras palabras,  contra  toda  «cultura».  Paulhan  los vincula a Berg-


                    son y constata la influencia del intuicionismo y la teoría del élan vi­


                    tal en su intento de mantener el carácter directo y la originariedad



                    de  la  experiencia  espiritual.  El  otro  campo,  es  decir  los  escritores


                    que conocen perfectamente bien que  los lugares comunes y clichés


                    son  el  precio  del  mutuo  entenderse y que la literatura  es comuni­



                    cación, es decir lengua, tradición, forma «desgastada» y por lo mis­


                    mo sin problemas, e inmediatamente inteligible, son por él llama­


                    dos  «retóricos»,  artistas  oratorios.  Considera  la  actitud  de  éstos


                    como la única posible, dado que el establecimiento consecuente del



                    «terror»  en  la literatura significaría el silencio absoluto,  esto es,  el


                    suicidio  intelectual  del  cual  los  surrealistas  sólo  pueden  salvarse







                              9  Jean  Paulhan, Les fleurs de Tarbes,  1941.






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