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                                             Historia social  de  la literatura y el  arte







              tante de seguidores, que en cierta medida sea capaz de garantizar la


              continuidad de la producción en un cierto campo de arte.  Las aglo­



              meraciones que constituyen un público se basan en la mutua inteli­


              gencia;  incluso  si  las  opiniones  están  divididas,  divergen  sobre  un


              plano idéntico. Pero con las masas que se sientan juntas en los cines


              y que no han experimentado ninguna clase de formación intelectual



              previa en común, sería fútil  buscar tal plataforma de mutua inteli­


             gencia. Si  Ies desagrada una película, hay can pequeña probabilidad


             de acuerdo  entre  ellos  en  cuanto  a las razones  para que  rechacen  la



              misma, que hay que suponer que incluso la aprobación general está


              basada en un malentendido.


                        Las  unidades  homogéneas  y constantes de público  que,  como


             mediadores entre los productores de  arte y  los estratos  sociales sin



             verdadero  interés  por  el  arte,  han  desempeñado  siempre  una  fun­


             ción fundamentalmente conservadora, se disuelven con la progresi­


             va  democratización  del  disfrute  del  arte.  Los  auditorios  burgueses



             abonados a los  teatros estatales y municipales  del siglo pasado for­


             maban  un  cuerpo  más o  menos  uniforme,  orgánicamente desarro­


              llado,  pero  con  el  fin  del  teatro  de  repertorio,  incluso  los  últimos


              restos  de  este público  fueron  aventados,  y  desde  entonces  un  pú­



              blico  integrado ha llegado a existir sólo en circunstancias particu­


              lares, aunque en algunos casos el volumen de tales públicos ha sido


              mayor que  nunca antes.  Era en su  conjunto  idéntico con el públi­



              co que va por casualidad al cine y que ha de ser atrapado con atrac­


              tivos  nuevos  y  originales  cada vez,  y  siempre  lo  mismo.  El  teatro


             de repertorio, la representación en serie del teatro y el cine marcan


              las etapas sucesivas en la democratización del arte y la gradual pér­



             dida del carácter de fiesta que era antes en mayor o menor medida


             el signo de toda forma de teatro. El cine da el paso final en este ca­


             mino  de  profanación,  porque  incluso  asistir al  teatro  moderno  de



             las metrópolis donde se exhibe alguna pieza popular o de otra cla­


             se  exige  una cierta preparación  interna y  externa -en   muchos  ca­


             sos ios asientos han de ser reservados con antelación, uno tiene que


             venir a una hora fija y  ha de disponerse para estar con  toda ía tar­



             de ocupada-, mientras que uno asiste al cine de paso,  con el vesti­


             do de todos los días y en cualquier momento de la sesión continua.






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