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Bajo el signo del  cine







                      El punto  de vista cotidiano de  la película está en perfecto acuerdo



                      con la improvisación y  la falta de pretensiones que  tiene  ir al cine.


                                 El cine significa el primer intento, desde el comienzo de nuestra


                      civilización individualista moderna, de producir arte para un público



                      de  masas.  Como es  sabido,  los  cambios  en  la estructura del  público


                      teatral y lector, unidos al comienzo del siglo pasado con la ascensión


                      del teatro de bulevar y la novela de folletín, formaron el verdadero co­


                      mienzo de la democratización del arte, que alcanza su culminación en



                      la asistencia en masa a los cines. La transición del teatro privado de las


                      cortes de  los príncipes al  teatro  burgués y  el  municipal,  y después a


                      las empresas teatrales, o de la ópera a la opereta y después a la revis­



                      ta, marcaron las fases separadas de una evolución caracterizada por el


                      afán  de  captar círculos cada vez  más  amplios de consumidores, para


                      cubrir el coste de inversiones cada vez más cuantiosas.  El montaje de


                      una opereta podía sostenerse con un teatro de tamaño mediano; el de



                      una revista o un gran ballet tiene que pasar de una gran ciudad a otra;


                      para amortizar  el  capital  invertido,  los  asistentes  al  cine del  mundo


                      entero  tienen  que  contribuir a  la  financiación  de  una gran película.



                      Pero es este hecho el que determina la influencia de las masas sobre la


                      producción de arte. Por su mera presencia en las representaciones tea­


                       trales en Atenas o en la Edad Media, ellas nunca fueron capaces de in­



                      fluir directamente en  la marcha del arte; sólo desde que han entrado


                       en escena como consumidores  y han pagado el precio  real de  su dis­


                      frute se han convertido las condiciones en que pagan sus  dineros  en



                      factor decisivo en la historia del arce.


                                 Siempre ha existido un elemento de  tensión entre la calidad y


                       la popularidad del arte, lo cual no quiere en modo alguno decir que


                       las amplias  masas  del pueblo hayan  alguna vez  tomado por princi­


                      pio posición contra el arte cualitativamente bueno en favor del arte



                       inferior. Naturalmente, la apreciación de un arte más complicado se


                       les presenta con mayores dificultades que el arte más sencillo y me­


                       nos desarrollado, pero  la falta de comprensión adecuada no les  im­



                       pide necesariamente aceptar este arte,  aunque  no sea exactamente a


                       causa de su calidad estética.  El éxito entre ellas  está completamen­


                       te divorciado de criterios cualitativos. Las masas no reaccionan ante


                       lo que es artísticamente bueno o malo, sino ante impresiones por las







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