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Bajo el signo del  cine








                  cual  hizo  posible  efectos  completamente  nuevos,  inalcanzables  en


                  cualquier  otro  arte.  La  calidad  revolucionaria  de  esta  técnica  de


                  montaje no consistía tanto, sin embargo, en la brevedad de los cor­



                  tes, en  la velocidad  y el  ritmo del  cambio de escena y  en la exten­


                  sión de  los  límites  de  lo  cinematográficamente  factible,  cuanto en


                  el  hecho de  que ya  no eran  los  fenómenos  de  un  mundo  homogé­



                  neo de objetos,  sino de elementos completamente heterogéneos de


                  la realidad,  lo que se ponía cara a cara.


                            Así,  Eisenstein  mostró  la  siguiente  secuencia en  El acorazado


                  Potemkin:  hombres trabajando desesperadamente, sala de máquinas



                  del buque; manos ocupadas, ruedas que giran; rostros alterados por


                  el  trabajo,  presión máxima del  manómetro;  una cara empapada de


                  transpiración, una caldera hirviendo; un brazo, una rueda; una rue­



                  da,  un  brazo;  máquina,  hombre;  máquina,  hombre;  máquina,


                  hombre.  Dos realidades extremadamente diferentes,  una espiritual


                  y otra material, se juntaron, y no sólo se juntaron, sino que se iden­


                  tificaron, pues de hecho una procedía de la otra.  Pero tal conscien­



                  te y deliberado paso presuponía una filosofía que niegue la autono­


                  mía de cada una de las esferas de la vida, como hace el surrealismo,


                  y  como  el  materialismo  histórico  ha  hecho  desde  el  mismo  co­



                  mienzo.


                             Esto  no  es  simplemente  una  cuestión  de  analogías,  sino  de


                  ecuaciones.  Y  que  la  confrontación  de  las  diferentes  esferas  no  es


                  meramente metafórica resulta,  incluso,  más obvio cuando el  mon­



                  taje ya no muestra dos fenómenos interrelacionados, sino uno solo,


                  y, en lugar del que se espera por el contexto,  aparece el sustituido.


                  Así, en El fin  de San Petersburgo,  Pudovkin muestra un candelero de



                  cristal tembloroso en vez del poder destrozado de la burguesía; una


                  escalera muy pendiente e infinita sobre la cual va subiendo una pe­


                  queña figura humana laboriosamente, en vez de la jerarquía oficial,


                  sus  miles  de escalones  intermedios  y su cima inalcanzable.  En Oc­



                   tubre,  de Eisenstein, el crepúsculo de los zares está representado por


                   negras  estatuas  ecuestres  sobre  pedestales  inclinados,  estatuas  tré­


                   mulas de budas  usadas como tentetiesos e  ídolos de negros destro­



                   zados. En La huelga,  las ejecuciones están sustituidas por escenas en


                   una carnicería.  En todas  partes se  encuentran cosas  sustituyendo a






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